Dentro de la comunidad de Tenerife, hay un peligroso cañón que se ha vuelto célebre por causa de varias leyendas. El Barranco de Badajoz, como es conocido, es uno de esos lugares que parecen atraer irremediablemente a los fenómenos paranormales, pues no es la primera vez que alguien afirma haber visto luces o figuras extrañas en el fondo del mismo.
De hecho, el sitio ha sido frecuentado por dichas y extrañas fuerzas desde hace bastante años. Una de las historias más viejas que se cuentan sobre él, se remonta al año 1912, cuando la minería era una actividad frecuente en la región.
Dos hombres llegaron hasta la barranca, en busca de nuevas vías en las que pudieran excavar. Mientras usaban sus picos y palas, ocurrió un derrumbe que dejó al descubierto una cueva. Al principio, los mineros pensaron que habían encontrado oro, pues había cierto resplandor que encendió sus esperanzas. No obstante se llenaron de pavor al asomarse dentro.
Dos criaturas luminosas ocupaban el interior y los miraban fijamente.
Algunas versiones de la historia aseguran que los hombres huyeron para dar aviso a la Guardia Civil. Otras, que hablaron con aquellos seres y que estos les indicaron el punto exacto en el que debían cavar para encontrar oro. Fuera como fuera, la cueva se consideró un lugar misterioso a partir de entonces.
La gente prefería evitar pasar cerca del Barranco de Badajoz siempre que podía. Y es que se dice que los seres extraños siguen habitando en su interior.
Décadas antes del incidente de los mineros, se contaba la experiencia de una niña que había acudido a jugar sola cerca del sitio. Andaba buscando un poco de fruta para llevar a casa, cuando llegó hasta un árbol lleno de peras. De inmediato, un sueño abrumador se apoderó de su cuerpo, provocando que se quedara dormida ahí mismo.
Cuando despertó, advirtió la presencia de un hombre que la estaba mirando. Este señor estaba vestido de blanco y la invitó a acompañarlo hasta la cueva. Como la pequeña no sintió miedo, tomó su mano y accedió a entrar, encontrándose con un hermoso valle que nunca antes había visto. Aquí, había más personas (o más bien seres) como él.
Ahí se entretuvo, jugando por lo que pareció tan solo un rato. Al salir de la cueva, el hombre que la había llevado le ayudó a recoger unas cuantas peras y le indicó el camino para volver a casa.
Al regresar al pueblo, que se encontraba muy cerca de ahí, tanto ella como los habitantes se quedaron perplejos. Las casas lucían diferentes y la gente que conocía parecía demasiado mayor. Todos la observaban como si fuera un fantasma y le preguntaban donde había estado, como si no pudieran creer que fuera ella. Su propia familia se echó a llorar, asegurando que la creían muerta.
No bien enterarse de la verdad, la niña se sintió aterrorizada.
Pensaba que solo había estado un momento en la cueva, pero en realidad, habían transcurrido veinte años desde que salió de casa.
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