Había una vez un noble muy acaudalado, que decidió usar su fortuna para abrir un teatro en la ciudad y que así los pueblerinos pudieran entretenerse. Para inaugurar este nuevo lugar, quiso hacer un concurso de talentos, que anunció con pompa en medio de las calles.
—La persona que sea capaz de descubrirnos el mejor entretenimiento de todos —dijo—, será recompensada generosamente por mí en persona.
Al escuchar esto, muchos de los habitantes quisieron presentarse. Algunos cantaron y tocaron música, otros hicieron malabares y algunos más actuaron. El teatro realmente se encontraba a reventar a causa del concurso.
De pronto, un bufón se subió al escenario y la gente guardó silencio. Iba solo, no había otros actores o ayudantes que lo asistieran, y estaba vestido de forma ridícula con un colorido traje, lleno de borlas por todos lados. El individuo se aclaró la garganta e inhalo aire profundamente.
Luego, para sorpresa de todos los que se encontraban allí, comenzó a imitar los chillidos de un cerdo, de una manera tan increíblemente fiel al animal real, que todos terminaron aplaudiéndole y aclamándolo.
Pero a un campesino que se hallaba entre la multitud le ocurrió algo diferente.
—¡Por todos los dioses! No puedo dejar que ese hombre me gane con un truco tan básico —se dijo—. Mañana veremos quien de los dos puede hacerlo mejor.
Al día siguiente subieron el bufón y el campesino al escenario. El público ya estaba predispuesto a apoyar a su preferido, por lo cual cuando el bufón volvió a imitar a un cerdo, le llovieron aplausos y aclamaciones.
El campesino por su parte, se encontraba de espaldas a la gente, ligeramente agachado y con un pequeño cerdo oculto entre sus ropas, para que nadie pudiera verlo. En cuanto le llegó el turno de actuar, tomó la colita del animal y disimuladamente tiró de ella para provocar que llorara.
El cerdo comenzó a retorcerse y a lanzar chillidos. Sin embargo los asistentes, en vez de alabar la imitación del campesino, volvieron a apoyar al bufón alegando que la suya había sido más exacta.
—¡Ese hombre no sabe imitar a ningún animal! —dijo uno— ¡Esos ni siquiera parecen chillidos de puerco!
—¡Bájate del escenario, que el bufón tiene más talento que tú! —le gritó otro.
—¡Denle el premio al bufón, él sí sabe como hacer imitaciones! —exclamó alguien más.
En ese instante, el campesino se dio la vuelta y sacó al cerdo debajo de sus ropas, haciendo callar a todo el mundo. Habían escuchado el llanto de un puerquito de verdad y ni así habían admitido la derrota de su concursante preferido.
—Ya ven, aquí tienen la prueba de la clase de jueces que son ustedes —les dijo el campesino—. Si tanto les gusta el bufón pues denle el premio a él, pero que nadie diga que su imitación aquí, fue la más exacta.
Después de aquello, nunca volvió a organizarse otro concurso de talentos en el teatro, pues estaba visto que el público no siempre sabía juzgar correctamente.
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