Cuento corto basado en una fábula de Esopo.
En un reino muy próspero, vivía un rey cuya difunta esposa solo había engendrado un hijo. Por eso desde que nació, el príncipe fue mimado con todas las comodidades y sobreprotegido hasta el el extremo. Su padre le hizo cuidar por múltiples niñeras u cada vez que él quería aprender algo nuevo, como nadar o montar a caballo, se angustiaba muchísimo.
Pensaba en su difunta esposa y en el miedo que tenía a quedarse solo de nuevo, y terminaba prohibiéndole hacer cualquier cosa que considerara peligrosa para él.
Así, el muchacho creció siendo una persona inútil e incapaz de valerse por sí misma.
Un día, su padre despertó agitado de una terrible pesadilla. En su sueño había visto a un león con las fauces abiertas de par en par y afilados colmillos, que se abalanzaba sobre su hijo y lo destrozaba en un instante.
Asustado al pensar que podía tratarse de una premonición, el rey reunió a todos los constructores del reino y les dio una orden:
—Quiero que construyan al palacio más seguro del mundo —les dijo—, un lugar en el que nadie pueda entrar o salir sin ser avistado, que cuente con todos los lujos posibles y se levante en medio de la isla aquella, que esta tras la laguna de mi castillo. Allí, mi hijo vivirá seguro y alejado de cualquier bestia que pueda amenazar su vida.
Y así se hizo.
Los obreros iniciaron la construcción de inmediato y el palacio estuvo terminado en cuestión de meses. Era tan magnífico, que costaba trabajo pensar que hubiera sido construido por manos humanas.
Cada una de sus habitaciones estaba decorada de manera exquisita, con frescos de animales pintados en todas las paredes. El rey había mandado pintarlas así para que su hijo no echara de menos el exterior. Pensaba que se pondría muy feliz al conocer su nuevo hogar.
Pero desde el primer instante en que puso un pie allí, el príncipe fue muy desgraciado. Odiaba llevar una vida tan estricta.
Miró al león que estaba pintado en uno de los muros y sintió rabia.
—¡Oh, que animal tan despreciable! —se quejó— Usted señor león, me ha arruinado la existencia. Por culpa de lo que mi padre vio en un sueño, nunca más he de salir de aquí. Me encierran en este palacio como si fuera un criminal, ¿qué se supone que haga ahora?
Queriendo descargarse, extendió su mano hasta un seto con espinas, queriendo arrancar una rama para golpear al león en la pared. Pero con tan mala suerte que una de esas espinas se le clavó en la mano, abriéndole una herida que con el paso de los días, se infectó provocándole una espantosa fiebre que lo tuvo en cama.
El príncipe cayó muy enfermo y para cuando su padre acudió a verlo, resultó ser demasiado tarde. Sin saberlo, su propio encierro había condenado a su amado hijo a morir.
Fue de esta manera que el león realmente cumplió su cometido.
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