En lo más profundo de una pradera, habitaba una liebre muy presumida, a la que le encantaba ir saltando de un lado a otro. Era el animal más rápido que existía en el lugar y por eso, la muy inquieta se creía superior a los demás. En especial a la tortuga, que siempre caminaba con pasitos muy lentos.
—¡Pero mira tú, que bicho más lento! —solía decirle la liebre de manera burlona— Dime, ¿es qué siempre tienes que ir tan despacio para todas partes? ¡Me desespero con solo verte! A ese paso, te vas a pasar toda la vida sin llegar a casa.
La tortuga, sin ofenderse por sus palabras, sonrío y le respondió tranquilamente:
—¿Para qué quiero ir más rápido, si no tengo prisa por llegar a ninguna parte? Seré lento, pero siempre perseverante. Disfruto de cada paso que doy en el camino y me tomó el tiempo para apreciar las cosas bonitas que hay a mi alrededor. Así que, ¿por qué querría ir más rápido?
—¡Bah! —le espetó la liebre— No sabes lo que dices, apuesto a que ni siquiera serías capaz de ganarme en una carrera.
—No lo sé, podrías llevarte una sorpresa.
—¿Ah sí? —la liebre la miró con desdén— Pues eso ya lo veremos. Te reto a ver quien llega primero hasta el estanque que hay al otro lado de la pradera, ¡para que se te quite lo habladora!
—Está bien —dijo la tortuga—, si gustas. Hagámoslo.
Y así, ambas fijaron una línea de salida y tras contar hasta tres, salieron de inmediato. La liebre saltó a toda velocidad, echándose a reír cuando vio que la tortuga apenas había dado dos pasos.
—Definitivamente va a ser muy fácil ganarle —se dijo—, tan fácil, que esta carrera es muy aburrida. Creo que me da tiempo de echarme una siestecita.
Y así, muy confiada, la liebre se colocó debajo de un árbol frondoso y se puso a dormir profundamente. Tanto, que no se dio cuenta de como las horas pasaban y en todo ese tiempo, la tortuga pacientemente había seguido adelante hasta rebasarlo.
Mientras tanto, la liebre soñaba que cruzaba la línea de meta y se zambullía en el estanque, ante la admiración y los aplausos del resto de los animales. ¡Qué deliciosa sería la victoria cuando la tuviera en sus manos!
Su sueño era tan confortable, que cuando despertó se dio cuenta de que ya se había hecho de noche.
—¡Rayos y centellas! ¡Qué tarde es! —exclamó sobresaltada, levantándose a toda prisa y buscando a la tortuga, que estaba a punto de llegar al estanque.
Desesperada, la liebre corrió lo más que pudo pero cuando llegó al otro lado de la pradera ya era demasiado tarde: la tortuga había ganado y todos los demás la felicitaban.
—¡No es justo! —chilló la liebre— ¡Todos saben que soy más rápida que tú! ¡Esto es trampa!
—No —dijo la tortuga—, es perseverancia. Aunque sabía que era probable que me ganaras, yo nunca me di por vencida. En cambio, tú te confiaste demasiado y te descuidaste.
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