Era muy tarde cuando Christian salió de su casa, apurado por llegar al trabajo. El tráfico estaba insoportable aquel día. Y él que se había olvidado de llevar el casco por no querer perder ni un minuto más. Pero no pasaba nada, conducía aquella moto desde los dieciséis. Lo único que importaba era no volver a llegar tarde a la Agencia de Publicidad, o esta vez seguro que sí lo ponían de patitas en la calle.
Arrancó metiéndose entre dos vehículos e ignoró la luz roja que yacía en la esquina. Cuando un coche lo embistió con fuerza, todo se volvió negro para él.
…
Se levantó, aturdido, del suelo. No parecía haber sufrido ninguna contusión severa, lo cual le resultó bastante extraño. En aquel momento, confuso como estaba, no se acordó de su motocicleta, ni de que debía llegar pronto al trabajo. Lo único que quería era tomar algo que lo reanimara.
Y la respuesta la encontró al alzar la mirada.
Un pequeño local de apariencia avejentada, se levantaba justo ante sus ojos. El letrero, de estilo anticuado, rezaba «Café de las ánimas». Curioso nombre para un negocio. ¿Qué no había allí una moderna tienda de televisores antes? Debía haber cambiado de dueño y él ni se había enterado.
Christian entró, aun medio tambaléandose, al lugar. Había en su interior unos pocos clientes, pero vaya pinta traían. Todos estaban pálidos y algunos de ellos, podría jurar, llevaban ropas demasiado pasadas de moda, como si hubieran salido de alguna década pasada. ¿Estaría en un café temático o algo por el estilo?
—Un expreso bien cargado, por favor —le pidió al bartender, quien era un muchacho vestido de negro y tan extraño como el resto de los presentes.
Le entregó su bebida casi al instante y Christian rebuscó en su bolsillo, para ver si encontraba algunas monedas sueltas.
—La casa invita —le dijo el bartender, seriamente—, en este lugar, todos los días hay café para todos. Y no tienen que desembolsar un centavo.
—Hombre, pues muchas gracias, ¿pero qué clase de negocio es este? —inquirió Christian, dándole un sorbo a su café— No entiendo como pueden mantenerse en pie regalando el café de esa manera, fracamente…
El bartender sonrió, de una manera que a él le da mala espina.
—No lo ha entendido, ¿verdad?
—¿El qué?
—Este es tan solo su primer destino para pasar del otro lado, un punto de espera. Todos nuestros clientes entran por esa puerta —señaló la entrada—, pero no vuelven a salir por el mismo sitio.
Christian empalideció. Se acercó a la ventana y entonces, lo comprendió todo. Más allá de la avenida, había una motocicleta destrozada y al otro lado, un auto con una abolladura. Un grupo de gente se había acercado para mirar algo en el piso. Y cuando uno de ellos se apartó, pudo verlo. Se vio a si mismo, tendido sobre un charco de sangre y sin vida.
—Tome asiento —le indicó el bartender, señalando una mesa vacía—, la estábamos esperando. Ya verá como lo pasará bien aquí.
Habrá segunda parte? Me ha encantado