Dicen que esto sucedió hace muchos años, en un pueblo cuyo nombre no se conoce. Era Viernes Santo y por la noche, una joven se arregló para ir a bailar a la discoteca más famosa del lugar. A pesar de que sus padres habían insistido en que se quedara, pues era un día sagrado para estar con la familia, ella no hizo caso y marchó con sus amigas.
Ya dentro del club no le costó mucho adaptarse al bullicioso ambiente que reinaba en el interior. La música estaba por todo lo alto, los jóvenes bailaban y bebían sin control, y las luces creaban un espectáculo que los animaba a seguir celebrando.
Esta chica era muy guapa y no le costó conseguir que algunos muchachos le invitaran algunos tragos, además de pedirle más de un baile. Estaba contentísima por su éxito.
Cerca de la medianoche hizo su aparición un hombre misterioso y muy apuesto, de hermosos ojos verdes, cabello oscuro y una sonrisa que parecía ocultar un secreto. El desconocido se acercó sutilmente a la muchacha y la invitó a bailar.
Ella, sin poder resistirse e hipnotizada por su mirada, aceptó. Jamás había visto a un hombre tan guapo como él en el pueblo. Se preguntó si sería extranjero.
Se encontraban bailando una canción lenta cuando de pronto, el joven le dijo que por nada del mundo mirara hacia sus pies. La chica, risueña, pensó que se trataba de una broma o que acaso habría escuchado mal. Había bebido mucho después de todo.
Cuando su pareja le volvió a hacer la misma advertencia, ella decidió desobedecer, picada por la curiosidad.
Lo que sus ojos vieron fue un espanto. En lugar de zapatos, debajo de su pantalón sobresalían unas pezuñas horribles. Y cuando volvió a alzar la mirada, se dio cuenta de que los ojos verdes del desconocido se habían vuelto rojos como brasas infernales.
La joven se desmayó de la impresión para espanto de la concurrencia. De inmediato la trasladaron al hospital, donde entró en un severo estado de coma que alarmó a sus padres.
Del hombre con quien había bailado no quedaba ni rastro y sus amigos no recordaban haberla visto con nadie.
Poco después, revisando las cámaras de seguridad, los encargados de la discoteca se quedaron de piedra al percatarse de que en las grabaciones, la muchacha aparecía bailando sola.
No había nadie con ella.
En el baño, además, encontraron la escalofriante huella ensangrentada de una pezuña en uno de los espejos, con la siguiente leyenda:
«Viernes Santo, Cristo ha muerto, Viernes Santo, a la Tierra vuelvo y el terror siembro».
Y en el hospital, finalmente, la pobre chica murió. Cuando las enfermeras entraron en su habitación, se percataron de que su cuerpo emanaba un fuerte olor a azufre y tenía quemaduras.
Desde entonces, se dice que aquella noche, el diablo se presentó en persona para castigarla por haber desobedecido a sus padres en un día santo y se advierte a las demás de chicas de ser más cautelosas.
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