Quedarse a trabajar hasta tan tarde en la empresa, no era algo que Juan hiciera por responsabilidad o gusto. En su posición, sin embargo, no podía hacer mucho por quejarse. Laboraba en un enorme edificio de despechos para una empresa de seguros, que era muy estricta en cuanto a sus balances. Cada quincena era lo mismo: tenía que ser él quien lidiara con los presupuestos que sus colegas enviaban tarde y enviar los reportes por correo electrónico, lo que desembocaba en esas tediosas horas extras.
En momentos como ese, Juan se arrepentía de haber dejado su sueño de convertirse en un gran artista para estudiar contabilidad. Al parecer, la recompensa por un sueldo cada mes y estabilidad era sentirse muerto por dentro.
Avanzó por un pasillo desierto arrastrando los pies y llamó al ascensor. A esas horas, hasta los conserjes se habían retirado a descansar.
Suspirando, entró en el elevador y pensó que gracias a Dios era fin de semana. Dos días lejos de ese infernal edificio sonaban como el paraíso. ¿Qué habría hecho de cenar su esposa? Esperaba que no se le hubiera ocurrido preparar de nuevo la pasta aquella, que tan mal le había quedado…
Un movimiento captado por el rabillo del ojo lo paralizó. Juan miró a su lado lentamente y vio a una mujer vestida de gabardina, con el pelo largo que sostenía un ramo de flores frente a su rostro. La cortina de cabello y las flores hacían imposible discernir sus rasgos. Pero al mirarla, todo él se sintió estremecer a causa de un escalofrío.
¿Estaba ella en el ascensor cuando había entrado? Juraría que se encontraba solo… salir de trabajar tan tarde le estaba jugando pésimas bromas.
La mujer sintió su mirada y sin mover la cabeza, lo miró. Vio como una de sus pupilas se movía en su cara de perfil para fijarse en él, a través de la cabellera y el ramo de flores.
—Buenas noches —dijo él tímidamente, deseando dejar de sentirse tan inquieto.
Había algo en esa desconocida que le ponía los pelos de punta.
Escuchó un sonido extraño y vio que la mujer movía la boca. Le había pegado un mordisco a su ramo de flores y ahora hacía unos ruidos horribles al masticar. Juan hizo un gesto de asco y entonces, ella volteó hacia él, revelando un rostro pálido y una boca grotesca y llena de dientes afilados, que ocupaban casi toda su mandíbula y le sonreían con malignidad.
Juan sintió que se moría del susto y aterrorizado, se arrinconó en una esquina del elevador mientras aquella mujer, aquella cosa reía de un modo malsano. Él oprimió desesperado todos los botones del montacargas para escapar, mientras la aparición se acercaba lentamente hacia él…
Un conserje que por suerte no había abandonado el edificio, encontró al hombre acurrucado en un rincón del ascensor tan pronto como este abrió sus puertas, gimoteando y gritando por ayuda.
Juan renunció a la empresa el lunes siguiente y nunca nadie volvió a saber de él.
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