Esta es una de las leyendas de terror más estremecedoras de Bolivia. La historia se remonta a poco después de la época de la Conquista, cuando los españoles ya estaban asentados en Sudamérica. Cuentan que por aquel entonces, llegó al país una familia proveniente de España, conformada por el matrimonio y cinco hijos. Todos contaban con la esperanza de enriquecerse.
Para ello, el padre invirtió todos sus ahorros en las prósperas minas del Potosí, de las cuales se extraían diariamente metales preciosos. Al principio las cosas fueron viento en popa para la familia, la industria minera estaba dando sus frutos y ya ellos se habían hecho construir una casa preciosa. Contaban con un buen número de sirvientes para atenderlos y se podían permitir todos los lujos que existían en la época. Hasta que un día, la desgracia tocó a su puerta.
La hija más pequeña de la familia enfermó con gravedad. Había contraído sarampión, una enfermedad que hoy en día ha sido prácticamente erradicada, pero que en ese entonces, era casi una sentencia de muerte.
Sus padres contrataron a los mejores médicos para ayudarla, en vano. La niña murió por tiempo después y tanto sus padres como sus hermanos, quedaron devastados. Como si eso no fuera suficiente, sus negocios se fueron a la quiebra y su antigua vida de riqueza quedó en el pasado. Derrotado, el padre decidió que regresarían a España para comenzar de nuevo.
Antes de marcharse, le dió a su hija cristiana sepultura y la colocó en un féretro de madera, que enterró cerca de las minas. El cuerpo de la pequeña se quedaría descansando en tierras bolivianas.
Volvió pues la familia a España, y a los pocos días, los trabajadores de la mina no tardaron en darse cuenta de que algo muy macabro sucedía por las noches. Primero, algunos de ellos aseguraron haber visto un féretro en llamas, que se deslizaba desde las minas hasta el lugar en el que se encontraba la estación de trenes. Allí se quedaba toda la noche hasta que el sol comenzaba a salir. Entonces regresaba a toda velocidad hasta las minas, antes de que el primer rayo de luz lo alcanzara.
Resultaba curioso ya que, cuando la familia española todavía habitaba ahí, el padre siempre salía desde el Potosí hasta La Paz, capital de Bolivia, abordando el tren a la medianoche.
Otros empleados decían haber escuchado las risas de una niña, cuya silueta deambulaba por los corredores de la mina, poniéndoles los pelos de punta. Los más escépticos siempre creían que se trataba de la hija de alguno de los mineros, pero esta sospecha se desvaneció al comprobarse que ninguno había engendrado a una niña.
El tiempo pasó y el misterio del féretro de las minas, se convirtió en una leyenda descalificada por muchos. Aun todavía, existen visitantes que aseguran haber escuchado a la pequeñita, haber visto su aura a lo lejos o bien, haberse encontrado con un misterioso ataúd en los rincones, que desaparece en solo cuestión de segundos.
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