En las noches de luna que iluminan el Centro Histórico de la hermosa ciudad mexicana de San Luis Potosí, se cuenta que puede verse deambular la figura fantasmal de un hombre, tocado con una vestimenta estrafalaria. Grandes zapatos sin puntera, pantalón de brincacharcos, un saco roto y demasiado grande, una camisa de mendigo y un sombrero de copa agujereado, del que sobresale un mechón de cabello que recuerda a la cresta de los gallos.
Es precisamente el Gallo Maldonado, un poeta que hace decenas de años sufrió un desamor que lo llevó a estar cara a cara con la muerte.
En sus tiempos de estudiante, Luis Maldonado era un muchacho con un futuro prometedor, apasionado de las letras y muy hábil en el periodismo. Sus compañeros de la facultad lo estimaban por su buen carácter y su ingenio literario, que lo llevaba a componer ingeniosas rimas. Le encantaban las fiestas y era un enamoradizo sin remedio.
Luis se quedó prendado de una hermosa muchacha llamada Eugenia, la cual era de buena familia y parecía corresponderle. A menudo escuchaba con gusto sus poemas y le permitía cortejarla sin reparos. Así surgió entre los dos un precioso romance, que Luis pensaba que duraría para toda la vida.
Se llevó una amarga desilusión cuando, sin dar explicaciones, Eugenia rompió el compromiso que tenía con él y le pidió no buscarla más. Más adelante, Luis se estaba enterando de que su amada se había casado con otro sujeto, un hombre muy acaudalado que se la había llevado de luna de miel al extranjero y no se sabía si iban a volver. Eso lo sumió en una profunda depresión.
Desesperado, Luis se abandonó a la bebida para olvidar sus penas de amores. Descuidó su vestimenta y su aspecto, y empezó también a perder la razón. Su familia y amigos lo veían con lástima, sin poder hacer nada al respecto.
Una tarde fría de invierno, se dice que lo encontraron muerto en su catre y con gran tristeza prepararon el entierro. El Gallo Maldonado se había ido de este mundo para siempre… o al menos eso pensaron.
Esa misma noche, una sombra se acercó hasta la puerta de la familia de Luis, tocando insistentemente.
—¿Quién es? —preguntó su padre de mal humor— Largo, que no son estas horas de molestar.
—Soy yo, Luis —contestó una voz macilenta y tenebrosa—, ábranme, que tengo mucho frío.
—¿Qué clase de broma es esta? ¡A otro con esos cuentos!
Sin embargo, el desconocido insistió y dicen que la familia entera se echó a temblar al ver que efectivamente, se trataba del hijo a quien creían muerto. O lo que quedaba de él.
Desde ese entonces, Luis no volvió a ser el mismo. Deambulaba por las calles como ánima en pena, bebiendo y recitando versos, hasta que llegó el día en que desapareció definitivamente. No obstante, de vez en cuando, algunos enamorados que pasean por el Centro Histórico pueden encontrarse con un vagabundo romántico que les dedica un poema.
Dichosos ellos, pues su amor durará para siempre.
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