Esta leyenda proviene de Barranco, un hermoso distrito histórico de Perú. Tiempo atrás, había un religioso con muy mal carácter que habitaba en la Iglesia de la Ermita, una construcción emblemática del lugar. Contrario a lo que debía profesar según su fe, este hombre era muy malvado y se escudaba en sus hábitos para cometer bajezas que quedaban impunes.
Mentía, robaba, llevaba una vida licenciosa y aun así se daba el lujo de recriminar a sus fieles, tratándolos con condescendencia en lugar de ofrecerles consuelo por sus pecados.
Un día, un terremoto terrible sacudió toda la ciudad de Lima, justo cuando el sacerdote estaba a punto de tocar las campanas. Una de ellas se desprendió y le cayó sobre la cabeza, fracturándole el cráneo de tal manera, que prácticamente se la destrozó. Cuando hallaron su cuerpo, inerte en el campanario, solo se toparon con algunos restos de masa encefálica, huesos y manchas de sangre.
Los que lo conocían aseguraban que aquello había sido un castigo de Dios, por no haber respetado su sagrado oficio. Pero es recién a partir de este punto que la leyenda comienza.
Después del terremoto, la iglesia fue reparada y poco a poco los feligreses volvieron a entrar para escuchar misa. Entre los que asistían de noche, había algunos que juraban haber visto a un hombre sin cabeza vagando por el patio. El susodicho llevaba los hábitos del monje muerto y parecía estar rezando. Con el paso de los años, esta escalofriante presencia se volvió habitual en la Ermita.
De vez en cuando, alguien le prende una veladora y reza para que pueda encontrar el descanso eterno. Si está vagando como alma en pena, es porque todavía debe pagar todos los pecados que cometió en vida.
Y así seguirá errando hasta el final de los tiempos.
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