Cuando era niño, solía vivir en una casa vieja del vecindario más antiguo de la ciudad. La mayoría de mis amigos habitaban en viviendas modernas, de esas que se encuentran en los barrios recién construidos y donde todas parecen ser iguales.
En cierta forma, eso me hacía enorgullecer de mi lúgubre hogar, que aunque no fuera nuevo ni tan luminoso como los demás, sin duda era único. Jamás habría otro que se pareciera a este.
Las escaleras rechinaban cuando subías y bajabas por ellas, y las puertas emitían un crujido molesto si no las cerrabas con cuidado. Los estantes de la cocina se llenaban de hormigas si te descuidabas y el sótano era un abismo incierto, al que nadie en su sano juicio se querría haber adentrado. No comprendo como mi madre tenía valor para ir allí a hacer la colada.
Pero lo peor sin duda alguna, era el baño. Y no es que estuviera tan mal como otros rincones de la casa.
Tenía azulejos desgastados y una bañera que hacía mucho tiempo, había dejado de ser blanca como el marfil. La cerámica del piso resultaba anticuada, así como las fisuras que se podían apreciar en ciertos ángulos de la pared. Había tan solo dos ventanas diminutas que dejaban pasar a la luz a través de las ligeras cortinas que habíamos colgado.
No era un baño de revista, sin embargo, no era eso lo que siempre me hizo temer el momento de la ducha. Siempre podía ocurrir al que se encontraba en la planta baja para descargar mi vejiga, pero este… en este pasaba algo.
La primera vez que escuché al monstruo, tendría unos seis o siete años. Estaba chapoteando en la bañera con mi barco de juguete. De pronto, un ruido extraño se abrió paso a través del drenaje, haciendo eco en la lleva cerrada y poniéndome los pelos de punta.
Era una voz ronca y susurrante que mencionaba mi nombre.
Recuerdo con claridad haberme quedado paralizado. Debí creer por un instante que aquello se trataba tan solo de mi imaginación. Pero entonces, la voz volvió a susurrar…
Llegué a ver al monstruo (o lo que fuera aquella cosa), varias veces desde ese incidente. A veces cuando subía las escaleras y pasaba por delante de la puerta entreabierta del baño, era capaz de distinguir una silueta oscura espiando detrás de la misma. Pero nunca me atreví a empujarla por completo.
Otras, cuando sentía ganas de hacer pis en medio de la noche, me asomaba muerto de miedo desde el umbral de mi habitación, y lo distinguía a él haciendo lo mismo desde el baño, con sus ojos brillantes clavados en mí para vigilarme…
Parece la fantasía de un niño, ¿verdad? Yo también me convencí de ello durante mucho tiempo, luego de marcharme a estudiar a otra ciudad e independizarme en mi propio piso de soltero.
El caso es que he venido a pasar un fin de semana con mis padres por asuntos familiares.
Y ahora estoy viéndolo. Me está mirando.
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