En lo más profundo del bosque habitaban dos hombres muy pobres, que debido a sus discapacidades habían huido de la ciudad para vivir como ermitaños. Uno era ciego y el otro era cojo. Los dos se habían encontrado en aquel paraje deshabitado e inmediatamente habían sentido aversión el uno hacia el otro.
Se construyeron dos chozas como pudieron y se quedaron a vivir en ellas. Allí pasaban la noche pero durante el día volvían a la ciudad, a ver si podían conseguir algo de comida, dinero o hasta chatarra para mejorar sus humildes casas.
Lo malo de estos dos señores es que se caían tan mal que siempre competían el uno con el otro. Peleaban por ver quien había recibido más monedas en las calles, quien encontraba las mejores sobras de comida u objetos abandonados en la basura. Y las personas los veían con lástima porque aparte de tener limitaciones físicas, no sabían ser amigos.
Así pasó el tiempo y el odio entre ambos crecía cada vez más.
Una noche, hubo un gran incendio forestal que se extendió hasta el prado en donde los dos vivían. Sus casas comenzaron a incendiarse y el fuego amenazó con cercar aquella pradera.
El hombre ciego podía correr para salvar su vida, pero no sabía hacia donde ir para alejarse de las llamas. El hombre cojo veía claramente el camino, pero con su pierna inválida era incapaz de irse lejos.
En ese instante, ambos se dieron cuenta de que estaban en problemas y de que al otro le faltaba lo que cada uno tenía.
—Te propongo algo —le dijo el hombre ciego al hombre cojo—, yo te puedo llevar en mi espalda para escapar de aquí, pero a cambio tú me tienes que ir diciendo por donde correr.
El cojo aceptó el trato y dicho y hecho, se subió a las espaldas del ciego y lo estuvo guiando para que supiera hacia donde debía escapar. Así, fueron capaces de alejarse del incendio y cayeron exhaustos en un sitio seguro.
—Siento haber sido tan malo contigo —le dijo el cojo—, ¿quién diría que tú me salvarías llevándome a donde mis piernas no podían?
—No lo habría logrado sin tu ayuda, pues tú te convertiste en mis ojos —le dijo el ciego—, creo que nos va mejor cuando nos unimos en paz en vez de estar discutiendo por todo.
El cojo se mostró de acuerdo.
A partir de ese momento, ambos se convirtieron en los mejores amigos. Cuando el incendio fue apagado, buscaron un nuevo lugar donde vivir juntos y comenzaron a compartir todas sus cosas. Entonces les fue mucho mejor en la vida.
Lo que esta historia corta nos ha enseñado, es que no porque seamos diferentes tenemos que pelear los unos contra los otros. La amistad es un tesoro mucho más beneficioso que demostrar que puedes ser mejor que los demás. Por otra parte, nunca olvides que no es bueno despreciar a quienes te parecen distintos. Nunca sabes cuando podrías necesitar de su ayuda.
Me gusto y mucho