Era un día normal en la escuela cuando Luis, uno de los estudiantes más conflictivos del salón, golpeó a uno de sus compañeros después de discutir por una tontería. No contento con eso también insultó a Noé, el chico con quien había peleado por un comentario inofensivo.
En el fondo, Luis era una buena persona pero no sabía como controlar sus emociones. En casa sus padres no le prestaban la atención suficiente, por lo cual todo el tiempo estaba buscando la manera de hacerse notar.
Lamentablemente no era la primera vez que tenía un problema como aquel en el colegio. Todos conocían a la perfección los ataques de ira de Luis, por lo que constantemente era regañado por los profesores y enviado con reportes a casa.
Lo peor de todo era que siempre se arrepentía tras agredir a sus compañeros, y aunque les pedía disculpas, veía como poco a poco todos se alejaban de él.
Aquel día, uno de sus maestros lo observó y lo llevó a un salón aparte para hablar, luego de que intentara pedirle perdón a Noé por haberle pegado e insultado. El chico todavía respiraba de manera acelerada y tenía la cara roja de vergüenza.
—No ha estado nada bien lo que hiciste —le dijo el profesor seriamente.
—Yo sé que estuvo mal, pero ya le pedí perdón a Noé —dijo Luis ofuscado—, no sé porque todos se enojan tanto conmigo. A veces no puedo controlar lo que siento y estallo, pero a fin de cuentas sé pedir disculpas.
El maestro tomó entonces una hoja de papel, nueva y lisa, y se la entregó.
—Toma —le dijo—, arrúgala.
A pesar de no comprender porque le decía aquello, Luis hizo una bola con el papel como le indicaba, arrugándolo con sus manos.
—Ahora —le dijo su profesor—, déjala como estaba antes.
Luis volvió a extender la hoja e intentó volver a alisarla con sus manos. Pero por más que lo planchaba, el papel no volvió a verse igual. Ahora tenía arrugas por todas partes.
—El corazón de los demás es igual que ese papel —le explicó su maestro—, no importa cuantas veces les pidas perdón; aún si hacerlo es demostrar tu humildad para reconocer que te equivocaste. Puede que te disculpen, pero tus ofensas habrán dejado para siempre una arruga en sus corazones, como una huella imborrable.
Luis reflexionó en lo que le decía y se dio cuenta de que tenía razón.
—Es muy importante que antes de hacer o decir algo, debes pensar en las cosas que podría provocar y en si podrías lastimar a alguien. La próxima vez que te enojes con alguien, acuérdate de ese papel arrugado y tal vez puedas controlar mejor tus emociones.
Luis escuchó el consejo de su educador y de ahí en adelante, su conducta mejoró bastante. A veces seguía teniendo diferencias con sus compañeros, pero esta vez no reaccionaba agresivamente, sino que respiraba profundo y trataba de tranquilizarse antes de hacer una tontería.
Así fue como recuperó la confianza de sus maestros y amigos.
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