Como todos los domingos, Javier había llevado a su familia a dar un paseo, para distraerse de la rutina de cada semana. Con su esposa, Marta, fueron al cine con su pequeño hijo de seis años, Juanito. Pasaron un momento muy agradable aquella mañana y por la tarde, al regresar a casa, el niño no podía esperar a ver a su inseparable amigo, Max.
Al perro lo habían adoptado desde que era un cachorro y a Javier le gustaba porque era de una raza grande y protectora, estupendo para cuidar de la casa.
Apenas entraron en su hogar, Marta soltó un grito. Max se encontraba de pie frente a la puerta de un armario en la planta baja, chillando con nerviosismo y rascando la puerta con su pata. Tenía el hocico manchado de sangre y le costaba mucho respirar.
Javier se acercó a él y se dio cuenta de que tenía algo corte profundo en la garganta, como si alguien hubiera tomado un cuchillo y tratado de degollarlo. Ahora el animal se atragantaba con su propia sangre.
Tras ver que no les faltaba nada, supuso que alguien había intentado robarles sin éxito.
—Voy a llevar al perro con el veterinario —le dijo a Marta, al ver que Juanito había empezado a llorar por su mejor amigo—. Cierra muy bien la casa y llama a la policía para denunciar un intento de asalto.
Sin más, Javier tomó al perro y lo llevó a la clínica para mascotas, donde fue rápidamente atendido por el veterinario.
Al estar revisando su hocico, el hombre sacó algo que le obstruía la garganta y tanto Javier como él se quedaron horrorizados: era un dedo humano. Max había mordido a alguien que intentaba robar su casa y él, para defenderse, había atacado al pobre perro con un cuchillo, haciéndole un corte limpio y profundo.
Javier recordó como su mascota gemía y trataba de señalar algo dentro del armario cuando habían llegado. Todo el color desapareció de su rostro en ese instante. El ladrón nunca había salido de casa, ¡se había ocultado y Max solo intentaba advertirles!
Desesperado, el padre de familia corrió a su coche mientras intentaba comunicarse a su casa, pero nadie cogía el teléfono. Marcó al celular de Marta, pero la contestadora siempre saltaba.
Ahora tenía un mal presentimiento.
Cuando llegó a su calle, vio a lo lejos un par de patrullas estacionadas enfrente de su jardín y se estacionó a toda prisa. Sus vecinos también empezaban a asomarse para ver que estaba pasando.
Javier esquivó a uno de los policías que intentó cerrarle el paso y entró en casa, encontrándose con un sangriento espectáculo.
Su esposa y su hijo habían sido asesinados, y yacían sin vida sobre la alfombra. Alguien había apuñalado salvajemente a Marta, mientras que Juanito mostraba una herida terrible en el cuello, peor que la de su perro.
En venganza por el dedo que le había sido arrancado, el delincuente había salido de su escondite y se había cobrado sus vidas.
Nunca lograron atraparlo.
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