Durante el año 2003, ocurrieron un conjunto de eventos extraños en un pueblo rural de Nueva York. Algunas personas afirmaban haber avistado a una criatura muy extraña de apariencia humanoide rondando por ahí. Si bien los medios de la localidad hicieron eco de la noticia, los registros pronto quedaron desestimados a nivel estatal y nada más se supo sobre aquel ser.
Investigando un poco, sin embargo, he logrado dar con una serie de testimonios en diversas notas escritas.
Esto es lo que hallé en el diario de un marinero que data del año 1691:
Lo vi en un sueño, sentí algo a los pies de mi cama y entonces se llevó todo. Hay que regresar a Inglaterra. No debemos regresar aquí nunca, por órdenes del Rastrillo.
Esta es una nota de suicidio de 1964:
Mientras me dispongo a terminar con mi vida, es justo que haga desaparecer cualquier sentimiento de dolor o remordimiento. Él tiene la culpa. La primera vez solo pude sentir su presencia. La segunda me desperté y le vi. La tercera fui capaz de escuchar su voz y ver sus ojos. No quiero imaginar lo que sucederá la próxima vez que le vea. No quiero volver a despertar, adiós.
Este mensaje suicida lo encontré en una caja de madera, donde había también un par de sobres dirigidos a dos personas llamadas Rose y William. Una tercera carta decía lo siguiente:
Querida Linnie, oré por ti. Él susurró tu nombre.
La última experiencia data del 2006.
Eran las 4 am y desperté al pensar que mi marido se había levantado al baño. Pero él aun estaba a mi lado, me miró, soltó una exclamación y apartó sus pies del borde de la cama tan rápido que casi me da un golpe. Me abrazó sin pronunciar una palabra. A los pies de nuestra cama se encontraba una especie de hombre pálido, aunque también parecía un perro enorme sin pelaje, en una posición perturbadora y antinatural. La criatura rodó cojeando hasta quedar a poca distancia del rostro de mi marido, observándolo.
Luego se marchó corriendo al dormitorio de nuestros hijos. Fui tras ella y la hallé en el pasillo, sangrando y agachado. Cuando prendí la luz me di cuenta de que Clara, mi pequeña hija, estaba herida. Sus últimas palabras fueron:
—Él es el rastrillo.
Esa misma noche mi esposo se estrelló con el auto mientras trataba de llevarla a un hospital. Ninguno de los dos sobrevivió.
Al proseguir con mi investigación he logrado dar con testimonios aislados, historias similares de gente que se había encontrado con este ser. Me contacté con un hombre en una ciudad cercana que tenía una experiencia similar y a lo largo de dos años, logramos dar en Internet con una pequeña colección de registros a los que no se había dado seguimiento.
No he vuelto a ver al rastrillo desde que me arruinó la vida, pero estoy seguro de que ha estado mirándome mientras dormía. Y tengo miedo, porque sé que un día de estos me despertaré y lo encontraré contemplándome fijamente.
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