Cuentos Largos de Miedo

El Sanatorio de Cesuras

Cuento enviado por Mika Uchiha (fan del blog)

Se suele decir que en los manicomios solo se inventan mentiras, ¿no es cierto? Bueno, eso era lo que yo pensaba antes de que mi madre me contase lo que os voy a contar yo a vosotros. Tal vez penséis que saqué esto de alguna historia o de alguna serie de TV, pero dejadme deciros que no es cierto. Esto que pasó es verídico palabra por palabra.

Para preservar la identidad de enfermos, personal y otra gente que frecuentaba Cesuras, he cambiado los nombres. Realmente lamento las molestias, pero fue necesario, así me lo pidió mi madre.

Se dice que el sanatorio de Cesuras jamás se llegó a utilizar, pero eso no es cierto. Las verdades aterradoras tienden siempre a ser ocultadas, como en este caso. Al principio se creyó que se trataba únicamente de alucinaciones de los enfermos de esquizofrenia, quienes imaginaban a un monstruo.

¿Sabéis que son los espectros? Bueno, hoy lo vais a descubrir. Los enfermos que padecían esquizofrenia fueron los primeros en ser atacados, y describían al monstruo como un ser de piel verdosa y arrugada, que de su mano sacaba un largo hueso acabado en punta. Obviamente los médicos y enfermeros no les creyeron. ¿Quién iba a creer a alguien que padecía una enfermedad que les hacía ver alucinaciones casi constantemente?

Sin embargo en ese lugar sí había un espectro… disfrazado de una bella enfermera de nombre Matilde. Tenía el cabello castaño, largo hasta la cintura, con los ojos negros y la piel clara. Era guapa, sin duda alguna. Se decía que mantenía una aventura con el director de Cesuras, otra cosa falsa.

Al poco tiempo de empezar los ataques mi madre empezó también a trabajar allí. Fuera bromas ella era vidente, siempre había tenido una gran capacidad para entablar comunicación con lo paranormal y el mundo oculto a los ojos de los mortales.

Una tarde que paseaba por uno de los pasillos del sanatorio vio algo en un espejo, algo que casi le saca el corazón del sitio: un monstruo de piel verdosa. Sin embargo, al darse la vuelta, solo vio a Matilde a su lado, aparentemente preocupada por la palidez que había tomado su rostro a causa del susto que se había llevado.

Aquella misma noche se produjo otro ataque a una enferma de esquizofrenia, que había sufrido recientemente la trágica pérdida de su compañera de habitación. Supuestamente había sido un suicidio. Por suerte mi madre no se lo creyó. Alicia, la mujer que fue atacada esa noche, supuestamente se cortó las venas… supuestamente.

Sin embargo mi madre, que trabajaba en la morgue, tuvo una idea brillante, algo que a nadie se le habría ocurrido nunca: registrar el cuerpo de Alicia. Pasó horas investigando, hasta que en su cuello, casi en la parte trasera, vio un agujero. Con un palo fino se dio cuenta de que el conducto trazado llegaba al cerebro. Eso le puso la piel de gallina, y abrió la cabeza de la recién fallecida, para encontrarse con su cerebro completamente seco. Se estremeció de pies a cabeza, y dejó todo como estaba.

Sin embargo, a partir de ese día, no volvió a fiarse de Matilde, y decidió vigilarla. Tuvo que aguardar varios días, entre muertes que creyó innecesarias, pero no le quedó alternativa. Si quería detenerla, tenía que esperar. A mi madre le dolió mucho esa espera, tener que mirar cada fallecido y darse cuenta de que todos tenían lo mismo en común: aquel horrible agujero.

Un día Matilde se acercó a ella, mostrando su bonita sonrisa, y mi madre intentó fingir que no pasaba nada, pero ella ya se había dado cuenta de que la vigilaba.

-Angélica -ese era el nombre de mi madre-, tengo que reconocer que eres muy astuta.

-¿Por qué lo dices?

-Sabes quién soy, y lo que soy.

-Y tú que no pararé hasta que te largues o hasta que mueras.

-¿Pretendes matarme? ¿Tú, que no sabes nada de mí ni de mi raza?

-No sois más que monstruos.

-Intentamos sobrevivir.

-Alimentándoos de vidas inocentes.

-¿Preferirías que estuviese matando asesinos en una cárcel?

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-Lo que quiero es que lo dejes.

-¿Por qué? Nadie los va a echar de menos nunca.

-Estás enferma.

-Igual que todos los que estamos aquí. Hasta esta noche, Angélica.

Mi madre sabía cómo matarla, sabía que algo tan simple como la plata podía acabar con ella, y ese mismo día me llamó urgentemente, para que fuese a llevarle un cuchillo de la cubertería de plata. Tuve la suerte de hacerle caso, pero cuando llegó me dijo algo que me dio escalofríos.

-Vete a casa, cierra todas las puertas y busca un cuchillo de plata. Si alguien entra y te ataca, mátalo.

Me marché a casa con el corazón en un puño, y con la intención de obedecer a mi madre. No quería dejarla allí, pero estando a su lado solo le estorbaría.

Esa misma noche mi madre se fue a dormir a una habitación que le había sido asignada, pero en lugar de hacerlo se dedicó a esperar. Por los conductos de ventilación se oyó un ruido, y sacó el cuchillo de entre sus ropas. En poco menos de diez segundos Matilde estaba en la habitación.

-Hola Angélica.

-¿Cómo te llamas?

-¿Y eso qué importa? De todos modos vas a morir.

Dicho eso extendió la palma de su mano y de ella sacó el hueso con el que le secaba el cerebro a sus víctimas, dispuesta a atacar a mi madre. Por suerte ella era rápida, y pudo agarrar el hueso. Entonces no podía matarla, era imposible defenderse de ella y al mismo tiempo clavarle el cuchillo en el corazón. Decidió lo más inteligente, partir el hueso. Por dentro era hueco, y tras un chillido de dolor por parte de Matilde, de él empezó a salir sangre. Ese fue el momento que mi madre aprovechó para matarla, para clavarle el cuchillo en el corazón. Al fin todo había acabado, y mi madre miró a un punto rojo en la esquina de una habitación, y sonrió.

Diez minutos más tarde entraron por la puerta tres celadores, y miraron el cadáver de Matilde, que poco a poco se fue tornando en ese ser verdoso que los enfermos describían. A su lado encontraron el hueso, y en su pecho el cuchillo de plata.

-Tenían razón -dijo uno de ellos.

-Cuando todos dicen lo mismo, creo que llega la hora de empezar a pensar que no mienten -respondió mi madre, y miró a Matilde-. Los mataba y lo hacía pasar por un suicidio.

-Será mejor que cerremos este sitio.

Mi madre regresó a la mañana siguiente, y me encontró a mí en un rincón del salón, armado con el cuchillo que me había ordenado agarrar.

-¿Cuándo es mi cumpleaños? -esa era la «pregunta de seguridad» que habíamos establecido.

-17 de agosto, ¿y el mío?

-10 de abril.

Fui corriendo hacia ella y la abracé, asustado por la sagrada noche que había pasado. Al final todo había terminado con bien, pues, a pesar de que mi madre no tenía trabajo, estábamos vivos y eso era lo que importaba.

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