Cuentos Largos de Miedo

Vías del tren

Taylor Tombstone es mi nombre, los detalles de mi vida no son relevantes para el desarrollo de esta historia, escribo en especial este pequeño relato a sabiendas que los riesgos de mi profesión puedan provocar mi muerte y nadie logre saber acerca de esta abominable historia; la escribo ante la completa ausencia de sueño durante esta noche, pues el simple hecho de cerrar mis ojos me hace recordar esos sonidos desgarradores que solo pueden ser reproducidos por gargantas demoniacas.

Sin entrar mucho en detalles, mi oficio tiene que ver con hacer pagar a aquellos que dan su palabra y no puedan cumplirla. Trabajo para el señor Malone, un hombre importante en New Himpshire, y el cual ayuda a las personas a prosperar, a despegar desde el fondo. Él les da ese empujón económico a aquellos que tienen ganas de emprender un negocio pero no tienen los recursos. Bien, pues mi jefe es una persona generosa, pero si le traicionas puede ser el extremo de los buenos sentimientos. Yo le ayudo en ese extremo, soy su brazo de hierro.

Karl Banks, un pequeño y calvo escoces de mierda que no ha hecho más que dar problemas, ha pedido dos préstamos y más de cinco prorrogas para no pagarlos, le ha ido bien a su negocio de asquerosos “haggis” y era hora de hacerle una visita de carácter no tan amistosa, se acabaron las palabras conciliadoras con Karl. El señor Malone es un hombre católico, su ascendencia italiana lo hace un hombre de fe, así que siempre ha intentado evitar destinos fatales. Una vez, debo tristemente confesar, se nos “pasó” la mano. El señor Malone se sintió muy desgraciado al saber que este deudor dejó en total desamparo a dos niñas y a su viuda, mi jefe trató de compensar a su humilde familia, pero nada será suficiente para aliviar el sentimiento de culpa. Era un buen tipo. Karl Banks no es un buen sujeto, es una rata de callejón, escoria escocesa, y tristemente no iba a pagar, me corrijo, “desgraciadamente” no lo iba a hacer.

Mi jefe tiene buen corazón, pero yo no tanto. Es aquí en donde entro en acción, aunque últimamente ha dificultado mi labor. El señor Malone ha sido claro conmigo, me ha pedido que no les haga mucho daño, no quiere cargar con la responsabilidad de quitar una vida más. Entonces ¿Cómo puedo hacerles pagar por su error? He platicado con él en diversas ocasiones y no habíamos encontrado solución hasta el día de hoy. Su asesor financiero interrumpió nuestra charla al no poder evitar escuchar el dilema en que nos encontrábamos. Con voz baja, para evitar ser oído, nos relató lo siguiente:

“Hay una historia en New Himpshire, leyenda urbana para muchos, cuentos de niños para otros, pero para los creyentes del mundo espiritual, es una historia creíble. Las vías del tren del tramo entre ColdTree y Pinewood ha sido cerradas desde hace más de cincuenta años, un accidente en el cruce de las vías 5 y 6 generó la muerte de más de treinta personas. Hasta la fecha se siguen investigando las causas del impacto entre los dos bólidos, se cree que un error en los horarios de salida en ambos puntos de partida, creó que se encimaran los líneas de viaje trazadas y coalicionaran en el cruce. Otros dicen que fue un error en las estructuras de las vías, un error de construcción. Tal vez fue la avaricia lo que suscitó este desenlace, uno de estos trenes, transportaba papel moneda propiedad del Banco Central de Inglaterra, los fondos de inversionistas serían depositados en negocios de la creciente zona comercial de New Himpshire. Existía un seguro por la pérdida de fondos más un porcentaje de compensación, las malas lenguas dicen que fue un plan para cobrar ese seguro. Beneficio de unos, desgracia de muchos. Al final de cuentas lo único cierto fue que pocas personas sobrevivieron, la mayoría tuvo un infortunado final. Cuando las autoridades llegaron al lugar de los hechos, declararon haber descendido al mismísimo infierno. Entre fierros doblados y torcidos se encontraban pedazos de carne desgarrados. Diferentes partes mutiladas de mujeres, niños y demás pasajeros estaban esparcidas sobre las vías del tren. Fue una catástrofe que nadie ha podido superar. Nunca se encontraron a los verdaderos culpables, solo teorías del accidente. Las almas de todos esos pasajeros aún no han encontrado paz ni alivio.

Hay un cuento detrás de todo esto, y juro que es tan real como la vida misma. Hace veinte años aproximadamente, mucho después de que las vías cerraran y dejaran de funcionar, un viejo alcohólico y del cual no recuerdo muy bien su nombre (se cree que trabajaba en esa línea del tren y perdió su empleo) vagaba en las ruinas de las vías 5 y 6. Deambulaba y maldecía ese paraje y la suerte miserable que tuvo. Cansado ya de tanto caminar se sentó en una roca a un costado del camino, permaneció ahí sentado unos minutos mientras sollozaba y refunfuñaba. Lo que a continuación sucedería lo dejaría sin habla. En un principio pensó que era el alcohol el que le traicionaba, frotó sus ojos en repetidas ocasiones, y se dio cuenta de que lo que veía era real. Este hombre manifestó que delante de él se encontraban los cuerpos podridos de los pasajeros de los dos trenes. Yacían sobre los viejos fierros de las vías, algunos reptaban sollozando desconsoladamente y otros más se levantaban con el aire frío de la noche, emitían alaridos enloquecedores que aturdían al pobre hombre, quien se llevaba sus engarrotadas manos al pecho, pues estas criaturas se acercaban a él en busca de matarle de un susto. Él se tiró al suelo en posición fetal, soportando los ataques de las almas sin paz. Relató haber visto sus rostros despedazados por el accidente, ennegrecidos y chamuscados por las llamas, garras que lo golpeaban intentando lastimarle. Soportó por más de media hora los espantos y arremetidas demenciales. Después de la locura, un silencio se apoderó de la noche, solo un constante grillar sonaba entre la maleza. El viejo se levantó de la tierra y sacudió sus harapos, una luz fatua brillaba delante de él, esta misma llama se sumergía en la tierra sobre la que flotaba. Este hombre recordó que su abuelo le contaba historias parecidas a esta, en donde las ánimas te indican mediante una luz brillante, en donde debías escavar para conseguir viejos tesoros. Este alcohólico cavó un hoyo sumamente profundo, lo que encontró fue algo que nadie ha sabido explicar con exactitud. Una de las maletas con dinero del banco, se encontraba a tres metros bajo tierra. Dicen que fue el premio por haber soportado por media hora los ataques y espantos de las almas de los pasajeros muertos. El viejo se fue de la Isla, y vivió sus últimos días en América. Mucha gente dice que se lo inventó y que ese dinero lo robó de solo Dios sabe dónde, otros más han cavado en ese paraje y a plena luz del día, encontrado solo añicos y los restos de los trenes.

Hay algo que respalda la historia de este hombre (Simon o Sean Wallback, creo ese es el nombre del viejo). El suceso se hizo tan popular, que lo tomaron como una leyenda urbana. A lo largo de veinte años, se sabe a ciencia cierta que dos personas han intentado pasar la noche en las vías del cruce 5 y 6. Uno de ellos en 1996, un tal Franklin Walsh. Un sujeto que era por todos conocido como ateo y escéptico de los fenómenos paranormales, aceptó el reto de pasar una noche en ese lugar abandonado por parte de un grupo de amigos que ponía a prueba su escepticismo. No creía en esa vieja historia y de ser cierta, ganaría dinero extra. Sus amistades lo transportaron y dejaron ahí esa noche fría, prometiéndole pasar a recogerle al día siguiente. El grupo de individuos comenta, que a la mañana siguiente, cuando se acercaron en su vehículo para recoger a Walsh, vieron a lo lejos que este estaba recargado debajo de un árbol. Bajaron del auto para llevarlo de vuelta a casa. Grande fue su horror cuando se acercaron y lograron ver con claridad lo que había pasado. El rostro de Walsh era una mueca de locura y espanto, su quijada literalmente se había desprendido, fue tanta su impresión o sus gritos de pavor que esta se “cayó”. Sus ojos eran una mancha negra, sus pupilas se habían dilatado al máximo que está cubría en su totalidad al iris, algo le impactó de sobremanera. Sus extremidades estaban rígidas, era la imagen de una muerte espantosa. En la necropsia resultó que la causa de muerte fue un infarto agudo al miocardio. Muchos intentaron desmentir esta historia, pero la realidad es esa. Nadie puede comprobar que la causa de su muerte fue el no haber soportado las atrocidades del terror. Pero la mudez en la ciudad alrededor de su muerte, delató que nadie dudaba de cuáles fueron las causas verdaderas de su infarto.

Otro hombre, en 2008, se atrevió a pasar una noche en las vías del tren. Era un pobre diablo proveniente del sur de Irlanda. Un sujeto creyente en Dios y que pensaba que la fuerza celestial del Todo Poderoso lo protegería de un atroz final. Creo en Él, pero no debes tentar al poder divino. Howard McNamahan solo avisó a un primo en la ciudad vecina de Barkeshield. Después de esa noche nadie lo ha vuelto a ver. Desapareció de la faz de la tierra. Son crímenes sin culpables.”

Después de lo que dijo el asesor financiero del jefe, todos guardamos silencio pensando en lo mismo, un silencio cómplice nos mostraba el camino al descanso de nuestras conciencias. Al día siguiente casi a las diez de la noche en punto, cuando al plazo de Karl Banks había vencido, solicité permiso al señor Malone para finiquitar la acción en contra del deudor. Solo asintió sin verme al rostro. Tomé lo necesario para llevar a cabo la tarea a desempeñar, cuerdas, manopla de acero, y un revolver pequeño calibre 22 por si la situación se salía fuera de control.

Me dirigí a su sucio restaurante en el centro de la ciudad, se encontraba cenando con una de sus perras, no sé cómo pudo ofrecerle esa mal oliente comida. Cuando entré al local, él se encontraba sentado de espaldas a mí, su prolongada calva brillaba con fuerza, la luz rebotaba en su liso cuero cabelludo. Su mujerzuela me miraba atentamente, y esta mirada alertó al pobre bastardo. Me lancé encima de él asestando un golpe sobre su quijada, la manopla lo dejó inconsciente. Los comensales salieron huyendo del lugar, saben para quien trabajo, nadie iba a arriesgar su pellejo por esta sabandija, ni siquiera su zorra, quien solo me miraba paralizada.

Cargué su regordete cuerpo y le aventé en la furgoneta que utilizamos para transportar basura como esta, pedí al señor Malone mandarme solo en esta actividad. El novato aún no está listo para este tipo de acción y no me gustaría que saliera corriendo del lugar sin siquiera haber cumplido un mes. Me dirigí hacia el viejo tramo entre ColdTree y Pinewood, en los cruces de las líneas 5 y 6, llegué hasta cierto punto en donde podía avanzar con el vehículo, después tenía que cargar a Karl. Antes de bajarlo de la unidad, lo amarré bien para que no pudiera moverse, parecía un capullo. Lo cargué y avancé entre las viejas instalaciones del paraje hacia las líneas del tren. Hubo un momento en que realmente sentí que no podría avanzar más. El desgraciado pesaba más a cada paso. Estando cerca del punto que me indicó el asesor financiero del señor Malone, fue que Karl comenzaba a despertar, en un principio hacia muecas adormiladas, cuando estuvo consciente de que era llevado hacía las vías del tren, empezó a quejarse y a gritar maldiciones e insultos.

-¡Bájame, pedazo de mierda! ¿Qué haces? Estoy a una semana de reunir mi adeudo con tu jefe- Replicaba Banks.

-Has dicho lo mismo en las últimas tres visitas Karl, no me hagas perder mi tiempo.

Por cierto, antes que te olvides, ¿nos apoyarías con un like? De esta forma nos apoyas a seguir publicando de forma gratuita.😀

-¡Maldito orangután! ¿A dónde me llevas?

-Al cruce de las vías 5 y 6.

Lo bajé y empecé a amarrarlo sobre los fierros viejos y abandonados de los carriles, se retorcía y chillaba. Después observaba a su alrededor dejando escapar una carcajada burlona. Me levanté y me aseguré de que estuviera bien amarrado a las vías.

-Bien Karl, mañana paso por ti.

-¡Idiota! Hahahaha. Estas vías están abandonadas. Hace muchos años que ningún tren pasa por aquí. ¿Eres estúpido? ¿Qué acaso no te das cuenta?

Dejé escapar un suspiro, lo miré con indiferencia y me puse en cuclillas junto a él.

-Claro que me doy cuenta. Nadie pasa por aquí. Y sabemos que no nos vas a pagar. Así que vas a pasar la noche en este lugar, no te amarré para ser arrollado por el tren. Si logras soportar una noche aquí tendrás suficiente dinero para saldar tu adeudo con nosotros, solo pon atención y nos indicas en donde viste la luz fatua. Si no es así, déjame decirte que esta es la última vez que nos veremos “mierda”.

Me puse de pie y seguí mi camino, lo escuché gritar muchos insultos xenófobos. No le di importancia. A cada paso que daba sobre la tierra maldita de ese lugar, sentía como el aire se embravecía haciendo al polvo levantarse formando pequeños remolinos, una sensación sobrecogedora y de desesperanza me invadía. Solo por un instante Karl Banks guardó silencio. Inmediatamente después comenzó a rogar por mi retorno, sus cuerdas vocales se desgarraban en un lamento desesperado de auxilio, parecía la suma de varios cerdos chillando al momento de ser sacrificados. Cambió sus suplicas por un rezo mal orado, lloraba desmesuradamente mientras escuchaba de fondo voces rabiosas e inhumanas. Volvía a gritar tan fuerte que sentí que se reventaría las cuerdas vocales y no tendría más voz para suplicar. La temperatura del lugar descendió abruptamente, de mi boca salían vahos mientras titiritaba más por miedo que por frío. Cada que me alejaba un poco, los angustiosos plañidos de Karl retumbaban con más fuerza, era una abominable orquesta del horror. No pude voltear, pues sentí que las aberrantes imágenes a mi espalda jamás me abandonarían, como justo ahora los pavorosos sonidos lo hacen. Apenas pude soportar los estremecedores aullidos de Karl Banks por un minuto, cubrí mis oídos con las palmas de mis manos y seguí caminando. No puedo siquiera imaginar si él pudo aguantar los siguientes veintinueve minutos de insana tortura.

Intentaré dormir una vez más si es que puedo, trataré de no imaginar a los autores del horror de Karl, la piel se me eriza por el simple hecho de pensar que esas criaturas están allá afuera y se alimentan de nuestros alaridos de pavor.

Solo algo es seguro, mañana, cuando regrese al cruce de las vías 5 y 6, habrán dos opciones: Cobraré el adeudo del señor Malone, o enterraré el cadáver atormentado de Karl Banks.

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Acerca del autor

Pedro Luna Creo

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