En una zona rural apartada cerca de Toledo, había un pequeño pueblo donde tuvo lugar una de las historias de terror más tétricas jamás contadas. Esta es la historia de un niño llamado Federico, que vivió en México en el siglo XIX.
Federico era el séptimo hijo de su familia. De hecho, era el séptimo hijo de un séptimo hijo. Todos en el pueblo creían que estaba dotado de poderes ocultos. Se decía que tenía el don de la clarividencia y era capaz de predecir el futuro. También que sus manos curaban y eran capaces de aliviar a cualquiera de cualquier dolencia.
El chico era callado y tímido, y todos los demás niños lo trataban como si fuera un monstruo. Los aldeanos estaban aterrorizados por él y se negaban a tratarlo.
Una noche oscura, los ancianos del pueblo se reunieron y celebraron una reunión. Discutieron lo que se debía hacer con el niño, decidiendo que era tan peligroso que tendrían que deshacerse de él. De modo que hicieron un pacto, en el que juraron que lo asesinarían y destruirían su cuerpo, ya que creían que esta era la única forma de mantener al pueblo seguro.
Estos hombres persuadieron a Federico para que los acompañara, y lo llevaron a una cabaña abandonada y remota en el bosque. Luego, cuando les dieron la espalda, se abalanzaron sobre él y lo ataron de pies y manos. En un ritual oscuro, lo despojaron de su ropa, lo colgaron del techo y bajaron su cuerpo a una enorme tina de aceite hirviendo. Mientras aún estaba vivo y gritaba de dolor, le sacaron los ojos y cortaron su cuerpo en pedazos. Pusieron los trozos de carne y huesos en un barril de madera y lo tiraron al río. Los hombres regresaron a casa esa noche, satisfechos de haber cumplido su tarea.
Al día siguiente, cuando algunos aldeanos fueron a visitar la casa de uno de los ancianos, llamaron a la puerta pero no recibieron respuesta. Entraron y lo que encontraron adentro, casi hizo que la sangre se congelara en sus venas.
El viejo yacía muerto en el suelo. Sus globos oculares descansaban sobre su pecho y su cabeza había sido aplastada de tal forma, que era imposible reconocerlo. Sus manos y pies habían sido cortados. Había un mensaje macabro escrito en el suelo con su sangre:
«Sangre inocente se ha derramado. Ahora los culpables deben morir».
Después de eso, todos los ancianos que habían participado en el brutal asesinato aparecieron muertos, con sus cuerpos horriblemente mutilados y desmembrados.
Cuando se descubrieron los restos sangrientos del último que aquellos hombres, los pobladores encontraron otro mensaje escrito en su sangre.
«Ahora me he vengado. Los culpables han pagado su deuda».
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