Es el año 2350, y la estación espacial Stars se encuentra en su segundo año de exploración, atravesando el centro de la Vía Láctea. Después de perder a dos de sus tripulantes, los ocho restantes están en plena reunión.
– Debemos extremar nuestras medidas de seguridad en todos los orificios de propulsión – dice Connors, el comandante de la tripulación. – Desde que se hicieron frecuentes esas colisiones con rocas de material biológico, estamos a merced de ese maldito virus.
– Ese condenado es capaz de soportar las altas temperaturas de los propulsores, y así entrar a la nave – agrega la Dra. Emma Preston, la responsable de la seguridad biológica de la estación.
A pesar de su secreto amor hacia Emma, Connors prioriza su rango y es duro en su respuesta:
– Debiste aislar lo antes posible a Johnson cuando supiste que se había infectado… ¡Pero no! Tuviste que permitirle deambular libremente en su puesto de mando, hasta que contagie a Gibbs, ¿verdad?
– Vamos, no seas injusto. Nadie hubiera sabido que la infección llegaría a ese extremo… y todo fue tan rápido… -responde ella.
Por cierto, Johnson y Gibbs llegaron a conocer el horroroso extremo al que se refiere Emma: el virus hacía que sus cuerpos tomen formas impredecibles, que se contorsionen, que se deformen… mientras que sus mentes se volvían predadoras, con el único objetivo de seguir contagiando a cualquier otro ser vivo, y por el simple hecho de hacer contacto piel a piel.
– Y no fuiste tú la que tuvo que desintegrarlos para que el contagio no se propague – sigue Connors.
El temple científico de Emma no puede contra esas acusaciones inesperadas, se levanta de la reunión y se va sollozando hacia su recámara.
Terminada la reunión, Connors ordena al resto inspeccionar todas las salas de propulsión con sus detectores biológicos y sus desintegradores, mientras él se dispone a disculparse con la Dra. Preston.
– Fui muy duro con ella – piensa Connors mientras se dirige a la recámara de Emma, suponiendo que ahí está ella – … y hasta injusto; esto nos tomó de sorpresa a todos… Y aun sintiendo por ella esto que le oculto… ¿fui capaz de tratarla así? A veces no me reconozco… ¿O será toda esta situación que me tiene tan tenso?… ¿Será agotamiento mental?… ¿Será tal vez todo este tiempo que llevo ocultándole mi amor?… Viéndola todos los días, con su sutil feminidad que hace notar por sobre su labor científica… Su personalidad cautivante, sus ojos llenos de vida… su reluciente cabello negro… su hermosa figura… – sigue diciéndose.
Evidentemente, el estar tan enamorado de Emma lo hace arrepentirse del reproche que le hizo durante la reunión, y sigue:
– ¿Cómo pude?… Pues bien, aquí estoy frente a su recámara… Es mi oportunidad de arreglar las cosas y de confesarle lo que le oculto hace dos años… Después de todo, mi instinto me dice que ella siente lo mismo por mí… se esforzó en ocultarlo, y fue buena en disimularlo, pero mi instinto de comandante… ¡No!, no de comandante… mi instinto de hombre me dice que…
Justo en ese momento Emma abre su recámara, y con una sonrisa sensual pide a Connors que pase. No dejando de sonreír, ella sujeta tiernamente con sus manos los brazos de él.
– Wow, linda sorpresa me tenías – se dice Connors.
– Te estaba esperando – dice ella – … Quiero empezar diciéndote dos cosas.
– Soy todo oídos.
– La primera: creo que, de una buena vez, tenemos que aprender a trabajar en equipo para vencer a esta amenaza, ¿no te parece?
– No podría estar más de acuerdo – responde él.
– Y la segunda: toda esta situación hizo que me decida a no seguir ocultándote algo en mi interior…
– Lo sabía… mi instinto no falla… Al fin – piensa Connors.
– No tiene caso seguir escondiéndolo… – dice ella, mientras va tomando cada vez con más fuerza los brazos de su comandante, por lo que Connors empieza a sentirse incómodo y dolorido, y Emma continúa: – Para mí eres la amenaza número uno en esta nave… y ahora nos falta atrapar a los otros seis.
Quien fuera alguna vez la Dra. Preston, tiene ahora una burlona pero siniestra sonrisa, y de su frente se va formando una tercera mano que le muestra a los horrorizados ojos del comandante, un optimista dedo pulgar hacia arriba.
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