En Carleston, un pequeño condado a orillas de una ruta interestatal, vivía Mateo, un estudiante de secundaria muy solitario y retraído, que era permanentemente acosado por cuatro estudiantes de su mismo salón: tres chicos y una chica.
– Ahí está ese fenómeno siempre mirando su estúpido canal de cosas extrañas en YouTube – dijo Jeff, el líder del grupo.
– Obliguémoslo a que nos acompañe a nuestra reunión de esta noche en nuestro lugar secreto, así nos reímos de él – sugirió uno de sus secuaces.
– ¡No! Es peligroso salir de noche estos días, ya saben que anteayer se escapó del manicomio estatal un demente homicida, y recomiendan por la tele y la radio no salir de noche, dicen haberlo visto cerca de Carleston – dijo Zulma.
– ¡Ah vamos!, no quiero cobardes en mi grupo – alentó Jeff–. Además nuestro escondite no está ni cerca de la interestatal principal, lo más cercano a nuestro refugio es la vieja Ruta 6, abandonada hace como mil años… Y ya saben que nadie se acerca a ese lugar, no hay casas ni nada por el estilo cerca.
Así, en medio de risas, encararon a Mateo.
– Oye estúpido, ya te dijimos una vez dónde está nuestro lugar secreto para embriagarnos y fumar, y queremos “invitarte” a que vengas, pero si no apareces esta noche a las 10, a partir de mañana te haremos la vida imposible como nunca imaginaste – le advirtió Jeff.
– E… está bien, sí – contestó nervioso Mateo.
– Nos vemos esta noche, cobarde – le dijo uno de ellos, mientras sonaba el timbre para volver a clase.
Esa noche ya estaban todos listos con sus linternas y mochilas, salvo Mateo que solo llevó sus anteojos por ser corto de vista y que nunca se quitaba. Empezaron a bajar al escondite secreto, que no era más que un enorme pozo al aire libre y bastante profundo, el cual se usó en los años 50 para almacenar agua en una refinería de carbón que existió en ese lugar; el orificio del pozo estaba rodeado solo por abundantes arbustos y pastizales.
Bajaron como siempre, agarrándose de una larga soga atada a un fuerte arbusto y que llegaba hasta el fondo del pozo. Una vez abajo, se sentaron en círculo y empezaron a fumar y tomar cervezas, alumbrándose con sus linternas y riéndose de cualquier cosa.
El plan era el de siempre: cada uno iba contando sus maldades más recientes, conquistas amorosas o cualquier otra anécdota. Al final le tocó el turno a Mateo, que no dejaba de mirar el suelo por la incomodidad que le generaba toda esa compañía.
– Tu turno fenómeno, cuéntanos una de tus historias de misterio que ves en ese canal, vamos jajaja – dijo uno de los chicos.
– Eso es, viniste para entretenernos y eso harás, “cuatro ojos” – le dijo Zulma.
– Eeeem… bueno – empezó Mateo – les voy a contar una historia real…
– Uuuuh espera, ¡no me vayas a asustar tanto! jajaja – dijo Jeff, y Mateo siguió:
– Es que de verdad es real, se trata de un hombre que escapa de un manicomio cerca de Carleston…
– Pero oye imbécil – le dijo uno de ellos – esa historia ya la conocemos todos… es noticia desde hace dos días.
Y Mateo siguió: – … y ese hombre estará justo aquí abajo en unos instantes.
En ese momento oyeron el ruido de la soga al ser jalada hacia arriba, enfocaron sus linternas hacia los costados y vieron con sus caras paralizadas del horror cómo un sujeto delgado, alto y vestido con uniforme blanco de paciente, iba bajando al fondo del escondite, adhiriéndose hábilmente a la pared de reseco barro con la ayuda de una filosa hacha, quien al hacer pie en el fondo del pozo mostró una leve pero inamovible sonrisa, con un hilo de baba colgando, y unos ojos inyectados de sangre y bien abiertos.
– Gracias por venir, papá – dijo Mateo con una paz total.
Desde la oscura y desolada Ruta 6 se podían oír los gritos espantosos y desgarradores de cuatro adolescentes… La masacre había comenzado.
Hola a todos! Gracias por leer mi cuento! Soy nuevo en el blog, y este es uno de los primeros cuentos cortos de terror que escribí. Si les gusta, estaré publicando más. Un abrazo, y cuídense.
Alejandro