Leyendas de Terror Cortas Muy Cortos

Inevitable

Cuento enviado por: Christian González (fan del blog)

Sigues corriendo. Corres mientras sientes la lluvia precipitarse sobre ti como pequeñas lanzas heladas que se te clavan hasta los huesos.

Te detienes bajo un tejado para tomar aire y te esfuerzas por ver en la oscuridad. Todo alrededor se encuentra en penumbras, pero es iluminado momentáneamente por un rayo y reconoces aquel viejo callejón que desemboca hacia las calles centrales. Todo lo conoces, pero no logras comprender realmente como se desencadenó la serie de sucesos que te llevaron ahí.

Tu mente es agolpada por esa pequeña figura, una y otra vez…
El sonido de un relámpago te saca del trance. Con los nervios alterados y estragado por la angustia, miras a todos lados y sigues caminando sigilosamente, poniendo la mano en tu costado que no ha dejado de dolerte…

Y de sangrar. Al dar la vuelta en una esquina desembocas a una avenida.Buscas presuradamente algún lugar donde pudieras esconderte. Pero nada. Pisando charcos sigues tu carrera lo más rápido posible hacia el final de la cuadra escasamente iluminada, mientras recuerdas como empezó todo:

manicomio de la muerte

Llegas a tu casa ya pasada la media noche, algo ebrio y cansado. Buscas tus llaves trabajosamente y en ese momento olles algunos quejidos provenientes de algún lugar cercano, así que volteas.

Miras, a unos metros de ti, a un grupo de vándalos que se divierten pateando un pequeño fardo tendido en el suelo que, entre andrajos, se retuerce mientras aquellos energúmenos lo siguen pateando con toda saña y crueldad…, carcajeándose.

Es una viejecita indefensa siendo masacrada. Sin pensar echas mano de la tranca de tu puerta y corres hacia ellos de prisa antes de que la maten.

Estan tan ocupados en terminar su asunto que ni siquiera te oyen acercarte, por eso te colocas sigilosamente detrás de uno y le dejas caer la tranca con toda tu fuerza y de inmediato este se desploma delante te ti, sin darle tiempo te abalanzas hacia el siguiente y se la hundes en la nariz. Solo olles su quejido, pero ya no lo ves de pie. Hay otro frente a ti. Rápidamente le golpeas en la frente y cae junto con una parte de la tranca, que se ha partido en dos.

Escuchas en ese momento una pequeña risita, muy suavemente llega a ti de cerca y, al darte vuelta te percatas de que emanaba del bultito inerte que está en el suelo. Una risita burlona que va subiendo de volumen a la vez que el pequeño cuerpo se incorpora y mientras esto sucede, los rufianes también se ponen de pie con caras enfurecidas…

Aterrorizado por la escena, pero alerta, instintivamente comienzas a caminar hacia atrás muy despacio al tiempo que tratas de no perderlos de vista, alternando la mirada hacia la ancianita y de nuevo a ellos.

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Ves como se levanta lentamente sin dejar de reír, ella descubresu carita arrugada y pálida como la cera, su pequeña figura de pie, estirando su mano hacia ti sobresaliendo de entre sus ropas solo el blanco y huesudo dedo que te señala… también la inmensa y tétrica oscuridad que reflejan las cuencas vacías que ocupan el lugar donde debían estar sus ojos.

Un relámpago atraviesa el cielo anunciando tormenta, y por ese instante los ves con claridad:

Vestidos todos con ropas negras, parados viéndote con idénticas caras, desenfundando pistolas y acercándose mientras la vieja sigue riendo y señalándote con ese dedo largo y pálido al tiempo que suelta una sonora carcajada, parecida al graznido de alguna ave de rapiña…

Comienzas a correr. Inicia la lluvia y se escucha otro relámpago muy cerca.

Mientras corres, lo escuchas tan cerca que te estremece todo el cuerpo, sientes un dolor en el costado, pero no prestas atención porque los tienes casi encima y no puedes darte el lujo de detenerte.
Tiritas de frío mientras intentas tomar la decisión de seguir corriendo delante de una ráfaga de balas, o parar ya tu carrera y dejar que se termine tu vida en un instante.
Corres por instinto, el reflejo primario que tiene todo ser vivo para preservar su vida, aunque tus piernas no te dan para más, sigues corriendo con las ganas de llegar no sabes a donde, pero llegar aunque mueras en el camino y escuchas zumbar las balas cerca de tus oídos.

Pero de pronto, tu cuerpo no responde a tus deseos, ya no responde a nada y te vas de bruces contra una puerta vieja, caes ya sin fuerzas y comienzas a reírte de ti mismo por querer aferrarte a contrariar a tu destino.

Han llegado tus perseguidores. Miras el mismo rostro en cada uno de ellos que, sin dejar de observarte, guardan sus pistolas y abren paso a la vieja.

No puedes incorporarte, pero ya no hace falta porque al verla sabes que todo ha terminado; que todo este episodio, esta carrera por salvar tu vida, fue en vano, porque a contra tiempo a sucedido y tu muerte has retrasado.

Te muestran las trancas con que te golpearán hasta la muerte y la vieja empieza a carcajearse de tu suerte…, de tu perra suerte.

Resignado, cierras los ojos y ellos inician la carnicería. Golpe tras golpe te desgarran la piel, los músculos y el alma; y ella sigue riendo cada vez más fuerte.

Abres los ojos y miras a través de la puerta. Afuera sigue lloviendo y te ves a ti mismo diciéndote adiós con la mano. Intentas mirar en sus ojos, pero solo encuentras un par de cuencas vacías que te miran tristemente y lo escuchas sollozar mientras se aleja despacio… llorando su muerte.

Ya no ves nada. Tus ojos se quedan fijos en la última imagen que vieron con vida y la risa de la vieja no para de sonar, burlándose de tu cuerpo inerte mientras los otros siguen su tarea… y no descansarán hasta despedazarte a palos.

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