Extracto de un periódico local:
Abominable asesino desconocido todavía anda suelto.
Tras unas semanas de asesinatos insólitos, el detestable asesino desconocido continúa atacando. Tras haber dado con escasa evidencia, un niño afirma que sobrevivió a uno de los ataques del criminal y valientemente nos contó su historia.
«Tuve un mal sueño y desperté a mitad de la noche. Por alguna razón mi ventana se encontraba abierta, pero recuerdo que la cerré antes de ir a la cama. Me levanté y volví a cerrarla. Luego me coloqué debajo de mis mantas e intenté volver a dormir. Fue en ese momento cuando tuve una extraña sensación, como si alguien estuviera observándome. Alcé la vista y brinqué de la cama. Allí, bajo un leve rayo de luz que los iluminaba tras mis cortinas, vi dos ojos. No eran ojos normales. Eran oscuros, escalofriantes. Estaban bordeados de negro y simplemente me aterrorizaban. Entonces vi su boca. Tenía una enorme y horrible sonrisa que me puso los pelos de punta. El ser permaneció allí, mirándome. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, me habló. Una simple frase, pero pronunciada de una manera en la que solo un demente podía hablar».
«Me dijo: ‘Vete a dormir’. Grité y eso fue lo que le hizo acercarse a mí. Sacó un cuchillo y apuntó a mi corazón. Saltó sobre mi cama. Yo luché contra él, le lancé una patada, un puñetazo, me revolví tratando de alejarlo. Fue en ese momento cuando mi papá entró. El hombre lo hirió con su cuchillo en el hombro. Probablemente lo habría matado si uno de los vecinos no hubiera llamado a la policía».
“Bajaron al estacionamiento y corrieron hacia la puerta. El desconocido se volvió y huyó por el pasillo. Escuché lo que parecía un cristal rompiéndose. Cuando salí de mi cuarto, vi que la ventana en la parte trasera de mi casa estaba rota. Desde allí lo vi desaparecer a lo lejos. Te puedo asegurar una cosa, jamás olvidaré esa cara. Esos ojos fríos, siniestros, y esa sonrisa psicópata. Nunca abandonarán mi mente».
La policía sigue buscando a este hombre. Si nota a alguien que encaje con la descripción de esta historia, comuníquese con el departamento de policía local.
***
Jeff y su familia acababan de mudarse a un nuevo barrio. Su padre había sido ascendido en el trabajo, y decidió que empezarían a vivir en uno de esos vecindarios «elegantes». Jeff y su hermano Liu no podían quejarse. Tendrían una casa nueva y mejor. ¿Cómo no la iban a amar? Cuando estaban bajando sus cosas, llegó uno de los vecinos.
—Hola, soy Barbara —se presentó—. Vivo enfrente. Solo quería saludar y presentarles a mi hijo. ¡Billy! Estos son nuestros nuevos vecinos.
Billy saludó y corrió para seguir jugando en su jardín.
—Bueno, soy Margaret —dijo la mamá de Jeff—, este es mi marido Peter, y mis hijos, Jeff y Liu.
Después de presentarse, Barbara los invitó al cumpleaños de su hijo. Los niños estaban a punto de negarse antes de que su madre dijera que les encantaría asistir. Cuando Jeff y su familia terminaron de desempacar, el chico se acercó a ella.
—Mamá, ¿por qué tenemos que ir a una fiesta para niños? Por si no lo has notado, ya no soy un niño tonto.
—Jeff, acabamos de mudarnos. Tenemos que llevarnos bien con nuestros vecinos. Vamos a ir a esa fiesta, es mi última palabra.
Jeff quiso protestar, pero se detuvo sabiendo que no serviría de nada. Cuando su madre decía algo, era definitivo. Fue a su habitación y se tumbó en su cama. Estaba sentado allí mirando hacia el techo cuando, de pronto, tuvo una sensación rara. No se sentía muy incómodo, pero… era una sensación rara. No le dio importancia. Escuchó a su madre llamándolo para recoger sus cosas y fue a por ellas.
Al día siguiente, el chico bajó a desayunar y se preparó para ir a la escuela. Mientras estaba sentado, comiendo su desayuno, volvió a experimentar esa sensación. Esta vez con más fuerza. Sintió un tirón ligeramente doloroso, pero una vez más lo descartó. Cuando él y Liu terminaron con su desayuno, fueron hasta la parada de autobús y se sentaron a esperarlo. De repente, un niño en una patineta saltó sobre ellos, a solo unos centímetros por encima de sus cabezas. Los niños saltaron hacia atrás asustados.
—¡Oye, ¿qué demonios?!
El niño aterrizó y se volvió hacia ellos. Pateó su tabla de skate atrapándola con las manos. Parece tener unos doce años; tan solo un año menor que Jeff. Vestía una camiseta de Aeropostale y vaqueros azules rotos.
—Bueno, bueno, bueno. Parece que tenemos algo de carne fresca —de repente llegaron otros dos niños. Uno era sumamente delgado y el otro era muy grande—. Bien, ya que son nuevos por aquí, me gustaría presentarnos. Este es Keith —Jeff y Liu miraron al chico delgado. Tenía una cara tan estúpida que uno pensaría que tenía algo de retraso—. Y este es Troy —miraron al niño gordo. Hablando de un barril de manteca. Este chico parecía no haber hecho ejercicio desde que gateaba.
—Y yo —dijo el primer niño—, soy Randy. Ahora, para todos los chicos de este vecindario, hay un pequeño precio a pagar por subir al autobús, si entienden a lo que me refiero —Liu se puso de pie, listo para dejarle un ojo morado al niño, cuando uno de sus amigos sacó una navaja—. Tsk, tsk, tsk, esperaba que fueran más cooperativos, pero parece que tendremos que hacerlo del modo difícil.
El bravucón se acercó a Liu y le extrajo la billetera del bolsillo. Jeff tuvo esa sensación de nuevo. Ahora era realmente fuerte, un insoportable ardor. Se levantó, más Liu le indicó con un gesto que se sentara. Jeff lo ignoró y fue hasta el niño.
—Escúchame, estúpido punk, devuélveme la billetera de mi hermano o si no…
Randy se guardó la billetera en el bolsillo y sacó su propia navaja.
—¿Oh? ¿Si no, qué vas a hacer?
Justo cuando terminó la oración, Jeff lo golpeó en la nariz. Cuando Randy intentó desgarrarle el rostro, Jeff tomó su muñeca y la rompió. Randy gritó y Jeff le arrebató el arma de la mano. Troy y Keith corrieron a atacar a Jeff, pero él se movió rápido. Empujó a Randy al suelo. Keith quiso embestirlo, pero Jeff lo esquivó y lo apuñaló en un brazo. Keith soltó su cuchillo y cayó al piso gritando. Troy también lo atacó, pero Jeff ni siquiera necesitaba el arma. Simplemente golpeó a Troy en el estómago, haciéndolo caer. Al hacerlo vomitaba sin control. Liu miró con asombro a su hermano.
—Jeff, ¡¿cómo lo hiciste?!
Vieron acercarse el autobús y sabiendo que serían culpados por lo ocurrido, echaron a correr tan rápido como pudieron. Mientras escapaban miraron hacia atrás y vieron como el conductor del autobús se acercaba a toda prisa a Randy y sus amigos. Cuando los hermanos llegaron a la escuela, no se atrevieron a hablar de lo sucedido con nadie. Todo lo que hicieron fue sentarse y escuchar. Liu solo podía pensar en su hermano dándoles una lección a algunos niños, pero Jeff sabía que había algo más que eso. Algo que le daba miedo. Cuando experimentó esa sensación, cuando sintió lo poderoso que era, el impulso querer herir a alguien. No le gustaba como se escuchaba, pero no podía evitar sentirse feliz. Sintió que esa sensación extraña lo abandonaba y se mantuvo todo el día lejos de la escuela. Incluso mientras caminaba a casa se sintió feliz.
Cuando llegó a su hogar, sus padres le preguntaron cómo había estado su día, y él respondió con una voz ligeramente sombría.
—Fue un día maravilloso.
A la mañana siguiente, alguien tocó a la puerta de su casa. Bajó las escaleras para encontrarse con dos oficiales de policía en la puerta, su madre lo contemplaba con enojo.
—Jeff, estos oficiales me dicen que atacaste a tres niños. Que no era una pelea regular y que fueron apuñalados. ¡Apuñalados, hijo!
La mirada de Jeff se clavó en el suelo, confirmándole a su madre que todo era verdad.
—Mamá, ellos fueron los que sacaron los cuchillos y nos amenazaron a mí y a Liu.
—Hijo —le dijo uno de los policías—, encontramos a tres niños, dos de ellos heridos, otro con un moretón en el estómago, y tenemos testigos que confirmaron que huiste de la escena. Ahora, ¿qué tienes que decir sobre eso?
Jeff sabía que era inútil. Aunque dijera que él y Liu habían sido atacados, no había pruebas de que no fueran ellos los que habían atacado primero. No podía decir que no habían huido, porque, lo cierto era que sí. Así que Jeff no pudo defenderse, ni a Liu.
—Hijo, llama a tu hermano.
Jeff no pudo hacerlo, había sido él quien golpeara a esos niños.
—Señor, es que fui yo. Yo fui quien hirió a los chicos. Liu intentó detenerme, pero no pudo.
El policía miró a su compañero y los dos asintieron.
—Bueno chico, parece un año en el centro juven…
—¡Espera! —gritó Liu.
Todos levantaron la vista para verlo sosteniendo un cuchillo. Los oficiales sacaron sus armas y apuntaron a Liu.
—Fui yo quien golpeó a esos pequeños punks. Tengo las marcas lo demuestran —se levantó las mangas revelando unos cuentos cortes y moretones, como si hubiera peleado con alguien.
—Hijo, solo baja el cuchillo —le pidió el oficial.
Liu alzó el cuchillo y lo dejó caer al suelo. Con las manos en alto se acercó al policía.
—¡No Liu, fui yo! ¡Yo lo hice! —Jeff lloraba.
—Ay, pobre hermano. Tratando de echarse la culpa de lo que hice. Ya está, llévenme lejos.
Los oficiales llevaron a Liu a la patrulla.
—¡Liu, diles que fui yo! ¡Diles! ¡Fui yo quien lastimó a esos niños!
La madre de Jeff lo sujetó por los hombros.
—Jeff, por favor, no tienes que mentir. Sabemos que es Liu, para ya.
Jeff observó impotente como la patrulla se marchaba con Liu dentro. Unos minutos después, su padre se detuvo en la entrada, vio la cara del chico y supo que algo andaba mal.
—Hijo, hijo, ¿qué pasa? —Jeff no pudo contestar. Sus cuerdas vocales estaban tensas de tanto llorar. En cambio, la madre de Jeff se aproximó a su padre para darle las malas noticia en tanto el niño lloraba en el pórtico.
Aproximadamente una hora más tarde, el muchacho entró a la casa y notó que sus padres estaban sorprendidos, tristes y decepcionados. No podía ni mirarlos. No podía ver cómo pensaban en Liu cuando era todo era culpa suya. Se marchó a dormir, intentando olvidarse del asunto. Dos días pasaron sin noticias de Liu. No tenía amigos amigos con los que pasar el rato. Solo sentía tristeza y culpa.
Eso fue hasta el sábado, cuando Jeff fue despertado por su madre quien lucía feliz y radiante.
—Jeff, hoy es el día —anunció, abriendo las cortinas y dejando que la luz entrara a su habitación.
—¿Qué, qué día es hoy?
—Hoy es la fiesta de Billy.
—Mamá, estás de broma, ¿verdad? No esperaras que vaya a una fiesta infantil después de … —se calló
—Jeff, ambos sabemos lo que pasó. Creo que esta fiesta podría ser algo nos alegre después de estos últimos días. Ahora vístete.
La madre de Jeff salió del dormitorio y fue a arreglarse. El chico luchó para levantarse. Escogió una camisa y unos jeans al azar, y bajó las escaleras. Vio a su madre y su padre vestidos formalmente. ¿Por qué tenían que usar ropa tan elegante en una fiesta infantil?
—Hijo, ¿eso es todo lo que te vas a poner? —preguntó su mamá.
—Mejor que vestir exagerado.
Su madre contuvo las ganas de gritarle y esforzó una sonrisa.
—Bueno Jeff, quizá estemos demasiado elegantes, pero así es como se vas si quieres causar una buena impresión —dijo su papá.
Jeff gruñó y volvió a subir a su habitación.
—¡No tengo ropa elegante!
—Sólo elige algo —dijo su madre.
Miró en su armario en busca de algo ostentoso. Encontró un par de pantalones formales negros, que usaba solo en ocasiones especiales y una camiseta. Aunque no pudo hallar una camisa para ponerse encima. Solo tenía camisas a rayas y estampadas, nada apropiadas para usar con pantalones de vestir. Al final tomó una sudadera blanca y se la puso.
—¿Te vas a poner eso? —reclamaron sus padres.
Su madre miró su reloj.
—Oh, no hay tiempo de cambiarse. Vámonos.
Cruzaron la calle hacia la casa de Barbara y Billy, y llamaron a la puerta. Barbara, al igual que sus padres, estaba demasiado elegante. Mientras pasaban a la casa, todo lo que Jeff podía ver eran adultos y ningún niño.
—Los niños están en el jardín. Jeff, ¿por qué no vas y te reúnes con ellos? —sugirió Barbara.
Jeff salió a un patio repleto de niños. Todos corrían con trajes extraños de vaquero y se disparaban entre sí con pistolas de plástico. De pronto, un niño se le acercó para entregarle una pistola de juguete y un sombrero.
—Oye, ¿juegas con nosotros? —le preguntó.
—Ah, no soy ningún niño. Estoy demasiado viejo para estas cosas.
El niño lo miró con una cara suplicante.
—¿Por favor? —insistió.
—Bien —rezongó Jeff.
Se puso el sombrero y fingió dispararle a los niños. Al principio pensó que era completamente ridículo, pero luego empezó a divertirse. Quizá no fuera algo precisamente genial, pero al menos le ayudaba a olvidarse de Liu. Así que jugó con los niños un rato, hasta que escuchó un ruido. Un extraño ruido de algo que rodaba. Y entonces le golpeó. Randy, Troy y Keith saltaron la cerca sobre sus patinetas. Jeff tiró la pistola falsa y se quitó el sombrero. Randy lo miraba con odio.
—Hola. Jeff, ¿verdad? Tenemos un asunto pendientes.
Jeff vio su nariz magullada.
—Creo que estamos a la par. Te di una paliza y tú hiciste que enviaran a mi hermano a un reformatorio.
Randy lo fulminó con los ojos.
—Oh, no, no vine a perder, vine ganar. Tal vez nos hayas pateado el culo ese día, pero hoy no.
Mientras hablaba, Randy se precipitó hacia Jeff. Ambos cayeron al suelo. Randy le dio un puñetazo en la nariz, Jeff lo tomó por las orejas y le golpeó la cabeza. Luego lo empujó lejos de él y los dos se pusieron de pie. Los niños gritaban y los padres salían corriendo de la casa. Troy y Keith sacaron sus armas.
—¡Nadie se meta o los vamos a destripar! —amenazaron.
Randy Tomó su cuchillo y apuñaló a Jeff en su hombro, haciendo que gritara cayera de rodillas. Entonces empezó a patearlo en la cara. Después de tres patadas, Jeff le tomó el pie y lo torció, derrumbándolo en el suelo. Su adversario se levantó y caminó hacia la puerta trasera. Troy lo interceptó.
—¿Necesitas ayuda? —levantó a Jeff por el cuello de la camisa y lo arrojó a través de la puerta del patio. Cuando el chico intentó incorporarse, recibió otra dosis de patadas que lo hicieron toser sangre.
—¡Vamos, Jeff, pelea conmigo!
Randy vió una botella de vodka vacía en la cocina y la rompió sobre la cabeza de Jeff.
—¡Pelea! ¡Vamos, Jeff, mírame! —Jeff levantó la vista con el rostro lleno de sangre—. ¡Fui yo quien envió a tu hermano al reformatorio! ¡Y ahora te sentarás aquí mientras él se pudre allí todo un año! ¡Deberías sentir vergüenza! —Jeff comenzó a levantarse— ¡Oh, al fin! ¡Ya te pones de pie para pelear!
Jeff se quedó de pie, con la cara cubierta de sangre y vodka. Una vez más sentía esa sensación extraña, aquella que no había sentido por largo tiempo.
—Finalmente. ¡Está de pie! —exclamó Randy mientras corría hacia él.
Ahí es cuando ocurrió. Algo dentro de Jeff se rompió. Su psique está hecha pedazos, todo pensamiento racional se ha marchado, todo lo que quiere hacer es matar. Cogió a Randy y lo arrojó al suelo. Se sentó.a horcajadas y lo golpeó directo en el corazón, provocando que se detuviera. Randy jadeó, luchando por respirar. Jeff volvió a golpearlo. Golpe tras golpe, la sangre brotaba del cuerpo de Randy, hasta que exhaló su último aliento y murió.
Todos miraban a Jeff ahora. Los padres, los niños que chillaban de miedo, incluso Troy y Keith. Aunque le rehuían la mirada no dudaron en apuntarlo con dos armas. Al notar esto, Jeff corrió a las escaleras. Troy y Keith dispararon contra él, fallando en cada disparo. Jeff intentó escapar, escuchando como Troy y Keith lo seguían por detrás. Cuando liberaron sus últimas balas, Jeff se encerró en el baño. Tomó el toallero y lo desprendió de la pared. Troy y Keith entraron corriendo con sus cuchillos en alto.
Troy atacó con su cuchillo a Jeff, quien se alejó estrellándole el perchero en la cara. Cuando el chico cayó inconsciente, Keith soltó el cuchillo y agarró a Jeff por el cuello, empujándolo contra la pared. Una botella de lejía les cayó encima desde el estante superior, quemándolos y provocando que gritaran.
Jeff se secó los ojos lo mejor que pudo. Lanzó el toallero hacia la cabeza de Keith. Mientras yacía en el suelo, desangrándose, esbozó una sonrisa siniestra.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Jeff.
Keith sacó un encendedor y lo prendió.
—Lo que es gracioso, es que estás cubierto de lejía y alcohol.
Jeff abrió los ojos como platos cuando Keith le arrojó el encendedor. En cuanto la llama entró en contacto con su piel, las fuego se encendió sobre la lejía. Mientras el alcohol lo quemaba y la lejía le blanqueaba la piel, Jeff liberó un horrible chillido. Trató desesperadamente de apagar el fuego, más no sirvió de nada; ahora todo él era un infierno andante. Echo a correr por el pasillo y cayó por las escaleras.
Los invitados gritaron de horror cuando vieron a Jeff, en llamas, cayendo al suelo, prácticamente muerto. Lo último que vió el chico fue a su madre y al resto de los padres que intentaban extinguir el fuego. Fue en ese instante cuando se desmayó.
Al despertar, tenía la cara envuelta por vendas. No podía ver nada, pero sentía un yeso en su hombro y puntos de sutura que le atravesaban todo el cuerpo. Trató de levantarse, pero enseguida se percató de que tenía un tubo en el brazo y, cuando intentó incorporarse una vez más, se cayó y una enfermera entró a toda prisa.
—No es seguro que te levantes de la cama todavía —dijo ella mientras ayudaba a acostarse y volvía a insertar el tubo.
Jeff se sentó en la cama, sin visión, ni idea de lo que estaba pasando a su alrededor. Solo después de varios horas, oyó entrar a su madre.
—Cariño, ¿te encuentras bien? —le preguntó.
Jeff quiso contestarle, sin embargo, con el rostro estaba cubierto no podía hablar.
—Oh cariño, te tengo una excelente noticia. Después de que todos los testigos declararan ante la policía que Randy había confesado que intentó atacarte, decidieron dejar en libertad a Liu.
Al escuchar esto, Jeff quiso moverse, deteniéndose a medias al recordar el tubo que salía por su brazo.
—Saldrá del reformatorio mañana, y entonces ustedes podrán estar juntos como antes.
Su madre lo abrazó y se despidió con ternura. Durante las siguientes semanas Jeff recibió visitas de su familia. Más adelante llegó el día en que le quitaron las vendas. Su familia estaba allí para estar con él, expectantes de saber como se vería. Cuando los médicos retiraron las vendas de la cara del muchacho, todos se encontraban expectantes. Esperaron con paciencia hasta que comenzó a desprenderse el último vendaje que cubría su rostro..
—Esperemos lo mejor —dijo el médico.
Rápidamente tiró de la tela, dejando que el resto cayera del rostro de Jeff.
Su madre soltó un grito de horror. Liu y su padre lo miraron con asombro.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué le pasó a mi cara?! —exclamó Jeff.
Saltó de la cama y corrió al baño. Se miró en el espejo y comprobó la causa del escándalo. Su rostro. Era … era horrible. Sus labios permanecían quemados en carne viva, mostrándose como una grotesca mancha roja. Su cara estaba completamente blanca, y su cabello había sido chamuscado del castaño al negro. Lentamente se llevó las manos al rostro. Sentía la piel escamosa y dura. Miró a su familia y luego volvió a verse en el espejo.
—Jeff —le dijo Liu— no está tan mal…
—¿No está tan mal? —chillo Jeff— ¡Es perfecto!
Su familia se quedó atónita al escuchar sus palabras. Jeff comenzó a reírse sin control. Sus padres notaron que su ojo y su mano izquierdos se contraían de modo repugnante.
—Jeff, hijo, ¿estás bien?
—¿Bien? ¡Nunca me he sentido más feliz! Ja, ja, ja, ja, ja, mírenme. ¡Esta cara va a la perfección conmigo!
No podía parar de reír. Jeff se acarició la car, deleitándose con su tacto. Mirándose en el espejo. ¿Qué había causado esto?
Bueno, tienes que recordar que cuando Jeff estaba luchando contra Randy, algo en su mente, su cordura, se rompió. Sin saberlo, lo habían transformado en una loca máquina de matar, pero sus padres no lo sabían.
—Doctor —murmuró su madre—, mi hijo… se encuentra bien, ya sabe. ¿De la cabeza?
—Oh, sí, este comportamiento es habitual en los pacientes que han tomado una gran cantidad de analgésicos. Si su conducta no vuelve a la normalidad en unas pocas semanas, tráiganlo de nuevo para practicarle una prueba psicológica.
—Oh, muchas gracias, doctor.
La madre de Jeff se acercó a su hijo.
—Jeff, cariño. Es hora de irnos.
Jeff apartó la vista del espejo, su rostro todavía estaba contorsionado en una sonrisa maníaca.
—Ok mami, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…
—Esto es lo que llevaba puesto —dijo la recepcionista del hospital.
La madre de Jeff recibió el pantalón de vestir negro y la sudadera blanca que llevaba su hijo el día de la fiesta. Ya no tenían ni rastro de sangre pero alguien los había cosido juntos. La mujer lo llevó a su habitación y lo ayudó a ponerse la ropa. Después se marcharon a casa, sin saber que aquel sería el último día de vida de la familia.
Esa noche, la mujer despertó al escuchar un sonido en el baño. Se escuchaba como si alguien estuviese llorando. Lentamente se acercó para ver quien era. Cuando se asomó, tuvo una visión horripilante: Jeff había tomado un cuchillo y se cortado la boca para simular una enorme sonrisa que llegaba hasta sus mejillas.
—¡Jeff, ¿qué estás haciendo?!
Jeff la miró.
—No podía seguir sonriendo, mami. Me dolió después de un rato. Ahora puedo sonreír para siempre.
La madre de Jeff notó sus ojos, prácticamente negros.
—¡Jeff, tus ojos! —sus ojos al parecer, ya no podían cerrarse.
—No podía ver mi cara. Me cansé y mis ojos se empezaron a cerrar. Me quemé los párpados para verme siempre, con mi nueva cara.
La mujer comenzó a retroceder, al ver el estado de demencia de su hijo.
—¿Qué pasa, mami? ¿No soy lindo?
—Sí, hijo. Sí lo eres. Déjame ir por papá para que pueda ver tu cara.
Ella corrió a su habitación y despertó a su esposo.
—Cariño, toma tu arma, tenemos…
Se detuvo al ver a Jeff en la puerta, sujetando un cuchillo.
—Mami, me mentiste —fue lo último que escucharon cuando Jeff los apuñaló, matándolos al instante.
Liu se despertó, sobresaltado por el ruido. No escuchó nada más, así que simplemente cerró los ojos e intentó de volver a dormir. Cuando estaba por. caer en un sueño profundo, tuvo la extraña sensación de que alguien lo observaba. Abrió los ojos antes de que la mano de Jeff le cubriera la boca. Sin prisa, levantó el cuchillo listo para hundirlo en el pecho de Liu. El chico se sacudió violentamente, tratando de escapar de su hermano.
—Shhhhhhh —susurró Jeff—. Solo vuelve a dormir.
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