Cuenta la leyenda que en un pueblo de la gran sabana, de seis de la tarde a once o doce de la noche, aparecía un gigantesco animal. Dicen algunos moradores que salía cerca de un riachuelo que cruzaba el camino, el cual al principio no lograban identificar, ya que las personas que iban por aquel camino, al verlo, caían inconscientes.
Muchas gentes comentaban y murmuraban en el pueblo sobre la bestia. Al pasar de los años, la leyenda fue cobrando más fuerza a nivel regional.
El animal asustaba a las personas que deambulaban a la media noche, las dejaba frías y fueras de sus cabales. Recogía almas perdidas en la noche, se alimentaba de sus gritos y llantos.
Un día, por aquel camino iba un niño con su papá. Armándose de valor para pasar por aquel lugar, se dio cuenta de que el bestial animal era una cochina gigantesca, a la que le salía fuego por los ojos y emitía un inexplicable ruido que al escucharlo, te dejaba aturdido y sin aliento. El hombre, al verlo, le rezó a Dios y se encomendó a todos los santos que pasaron por su cabeza. Agarró a su hijo y lo abrazó para no caer.
Al día siguiente solo les quedaba el espelúznate recuerdo, por el que todos en el pueblo preguntaban. Solo el niño logró detallarlo y les contó que era una cochina gigante.
Con el paso de los años, los viajantes ajenos al pueblo a los que les toca pasar por dicho camino, se encomiendan a dios y a todos los santos para no encontrarse con el animal. Cierran la boca para que no se le escape el alma, pues dicen que de eso se alimenta la gran cochina, que acostumbra bajar al pueblo para alimentarse de algunas almas.

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