El samurái Ogiwara salió a pasear de noche y vio a una mujer muy distinguida, que llevaba una linterna de peonía, a la vez que deambulaba por las calles de Edo. Se enamoró de ella a primera vista. Otsuyu, como se llamaba la bella mujer, aceptó que la invitara a su casa, donde cenaron y disfrutaron mutuamente de la compañía del otro. Fue entonces cuando su vecino, al escuchar una extraña risa proveniente del jardín de Ogiwara, se asomó por encima del muro entre sus casas. ¡Cual fue su sorpresa al encontrar a Ogiwara, riendo y abrazando a un esqueleto!
Por la mañana siguiente, el hombre le reveló lo que había visto y Ogiwara fue al templo para hacerse aconsejar por el sacerdote.
En ese mismo lugar encontró la tumba de Otsuyu, percatándose de que la mujer de la que se había enamorado la noche anterior, ya llevaba mucho tiempo muerta desde antes de conocerse. Ahora que Ogiwara sabía la verdad, el fantasma de Otsuyu no volvería a aparecer ante él.
Incluso después de asimilar lo que había sucedido, Ogiwara extrañaba a Otsuyu. El tiempo pasó y las horas de añoranza se volvieron insoportables, al extremo de que el samurái ya no podía soportar su tristeza. Regresó entonces al templo donde descansaban los restos de su amada.. En las puertas del templo, la bella mujer apareció ante él una vez más. Extendiendo la mano, le pidió a Ogiwara que la acompañara. Sin dudarlo, Ogiwara la tomó de la mano y caminaron juntos hacia la oscuridad.
Después de su última visita al templo, Ogiwara desapareció. Por varios días, sus vecinos lo buscaron en vano. El sacerdote del templo tuvo un mal presentimiento y abrió la tumba de Otsuyu.
Dentro del ataúd yacían dos cuerpos entrelazados: Ogiwara y Otsuyu, juntos para siempre.
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