En nuestra barriada, hubo un señor ya entrado en años de nombre Don Eleuterio Vielma, a quien cariñosamente llamábamos «Don Lute» todos los del barrio. Por las noches de verano nos juntábamos y le pedíamos que nos contara uno o alguna de esas leyendas.
Entonces «Don Lute» nos dice:
-Vi a una señora inclinada sobre su lavadero, lavando afanosamente y enjuagando de cuando en cuando las prendas lavadas. Era una de esas noches de luna llena en las que, como se dice, había una luz como a la mitad del día. Poco antes de llegar al sitio donde se colocaban las lavanderas, divise a una persona cerca de la puerta del sindicato, lavando afanosamente y hasta oía el ruido que se hace al enjuagar la ropa, esa noche, al pasar frente a la lavandera le dije:
-Buenas noches, señora – sin recibir ninguna contestación me seguí por el callejón de la orilla de agua, pero sucede que en esos momentos me acuerdo de lo que contaban en el barrio de la misteriosa lavandera que veían en ese sitio, y animado por las copas que había tomado, decidí comprobar si esa lavandera era en verdad una aparecida o se trataba de alguna persona normal. Como la noche estaba tan quieta, empecé a escuchar cuando la campana de la fábrica empezaba a dar las 12 de la noche. Deseoso de comprobar la misteriosa versión que circulaba por el barrio, volví frente a donde se encontraba la lavandera, entonces hasta con voz mas fuerte le dije:
-Buenas noches, señora – y me quede viéndola esperando la respuesta, pero cual no sería mi sorpresa que en vez de contestarme, la señora levantó los brazos que yo vi perfectamente que eran puros huesos descarnados, que semejaban tizones encendidos.
La mujer levantó la cara y se apretó con sus manos huesosas las sienes y entonces enseño la cara, tenía las mejillas descarnadas y encendidas como dos enormes brazas y los ojos en sus dos cuencas hondas, brillaban como brazas encendidas. En esos momentos oí un ruido a mis espaldas y al volver la cara, vi a un enorme perro negro que me miró con sus ojos que desprendían enormes llamas y gruñía amenazadoramente. El perro se pasó de largo y aunque la puerta del sindicato estaba cerrada, lo vi desaparecer. Tremendamente asustado ante la visión del enorme perro que me amenazaba me di la vuelta hacia la lavandera, pero esa visión también ya había desaparecido.
No deje de sobrecogerme de terror al notar su ausencia, pues no era posible que entrara con el portón cerrado.
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