En la ciudad mexicana de Guadalajara, uno de los lugares más populares es el Panteón de Belén, donde existe una tumba en la que siempre dejan juguetes y veladoras. Alrededor de este sepulcro se levanta una triste leyenda…
Ignacio Torres Altamirano era un niño a quien todos querían mucho en su vecindario. Aunque era pequeño, siempre sabía ganarse el corazón de quienes lo rodeaban con su buen ánimo y sus travesuras. Nachito, como lo apodaban cariñosamente, parecía el pequeño más feliz del mundo. Sin embargo, apenas llegaba la noche toda su alegría se transformaba en terror.
Y es que si había algo que Nachito no soportaba, eso era dormir con la luz apagada. En su caso, este miedo iba mucho más allá de lo que se puede observar en cualquier niño. Nachito sufría de nictofobia, un terror irracional a la oscuridad.
Es por eso que todas las noches, sus padres se aseguraban de dejarle una lamparilla encendida antes de irse a acostar.
No solo eso, sino que también tenían que cerciorarse de que no hubieran ningún objeto que se interpusiera entre él y la lampara, ninguna sombra que se proyectara en las paredes.
Por desgracia aquella rutina no duraría demasiado tiempo. Nachito enfermó y falleció con tan solo cinco años de edad.
Con mucha tristeza, sus padres organizaron el entierro en el Panteón de Belén. Su cuerpo fue colocado en un pequeño féretro que se guardó bajo tierra. Y fue aquí cuando el terror comenzó.
A la mañana siguiente, el sepulturero hacía su ronda como de costumbre cuando vio algo que le heló la sangre. El cuerpo de Nachito yacía fuera de su ataúd, recostado indolentemente sobre su tumba.
¿Quién lo había sacado y como lo había hecho sin dejar huellas? Eso es algo que nadie sabe. En torno a él no había indicios de que la tierra hubiese sido removida. Más adelante comprobarían también que el féretro se encontraba intacto, sin haber sido abierto en toda la noche.
Los padres del pequeño fueron informados y con los nervios a flor de piel acudieron para cerciorarse de que volvieran a enterrar el cadáver.
Al otro día el incidente se repitió. A causa de lo que las autoridades consideraron una cruel y astuta jugarreta, sugirieron que el celador del cementerio se quedara vigilando la tumba, sin que hubiera mayores sobresaltos. Pero por la mañana, el cuerpo de Nachito volvía a descansar fuera de su caja.
Al ver esto la madre rompió en llanto.
—Es inútil que lo sigamos enterrando, obviamente sigue teniendo mucho miedo a la oscuridad —se dijo, comprendiendo que su alma no podía descansar en paz.
Mientras tanto, ya habían transcurrido diez noches consecutivas del fenómeno. Este se había vuelto tan famoso, que muchos habitantes de Guadalajara se congregaban en el panteón por las mañanas para mirar el cuerpo del niño.
Ya que no encontraron otra solución, los padres resolvieron dejar el ataúd afuera, para que su hijo no siguiera sufriendo por la oscuridad. Y así ha permanecido hasta ahora.
Los padres de Nachito hace mucho tiempo que murieron, pero la gente acostumbra seguir visitando su lugar en el panteón de vez en cuando, para pedir por él. Han estado transmitiendo la historia a sus seres queridos de generación en generación. Le dejan juguetes, flores y sobre todo veladoras encendidas, pues quien sabe si en el Más Allá esté muy oscuro.
Algunas personas juran haber visto la figura de un niño pequeño, rondando por el cementerio con la carita asustada. Otras lo han escuchado reír, hablar o llorar.
Si alguna vez te atreves a pasar por este cementerio, puede que te lleves una sorpresa.
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