Se esconde por las grietas y los agujeros que hay en las paredes. Desde allí se mantiene al acecho, en espera de que te acerques para jugar con ella. Pero aceptar su invitación es condenarte a una existencia agónica…
Yumiko bajó del auto y se adentró en el jardín de la nueva casa que habían comprado sus padres. Una residencia de estilo clásico oriental, con un enorme jardín y varias habitaciones. Eso hoy en día, era muy raro en una ciudad tan habitada como Tokio, donde las viviendas comenzaban a ser cada vez más pequeñas por la superpoblación. La gente optaba por vivir en apartamentos minúsculos o casas reducidas pero nuevas.
—Esta casa es muy vieja —le había dicho su padre nada más entrar—, la vamos a remodelar con el tiempo y se convertirá en un precioso lugar.
Yumiko quería creerle porque lo que estaba viendo no era nada alentador. El recibidor era algo oscuro, el olor a madera añejada impregnaba todas las paredes y por aquí y allá, podía ver grietas que cuarteaban el feo papel tapiz que alguien había puesto, seguramente pensando que el aspecto de la residencia sería más acogedor.
No había funcionado.
—¿Por qué no subes y eliges tu habitación, cariño? —la animó su madre.
Yumiko subió las escaleras y recorrió el largo pasillo lleno de puertas, abriéndolas de una en una. Al final, se introdujo en un dormitorio mejor iluminado, que daba al jardín. La pared también tenía algunas grietas, pero estaba bien. Su padre lo arreglaría en un santiamén.
La niña se sintió observada en ese instante y miró por encima de su hombre, pero no había nadie con ella. Inquieta, bajó de nuevo para ayudar con las cosas de la mudanza.
Por la noche, su madre la arropó en su cama y le deseo las buenas noches.
Apenas se hubo ido, Yumiko escuchó un susurro en la oscuridad. Se tapó con las sábanas hasta la cabeza y puso atención, con los pelos de punta. Alguien decía su nombre.
—Yumiko…
La niña asomó la cabeza bajo la sábana, con miedo. La voz venía de una grieta. Yumiko se acercó temblorosa.
—¿Hola?
—¿Quieres jugar conmigo?
Cuando Yumiko se aproximó más para mirar por la abertura, vio gracias a la luz de la luna, que del otro lado se encontraba una niña de su edad, con la piel muy pálida y los cabellos negros, y una mirada inquietante. Estaba tan blanca que parecía de cal.
—¿Qué haces allí? —preguntó.
—¿Quieres jugar conmigo? —le repitió ella.
Yumiko ya no tenía tanto miedo.
—Sí, sí quiero.
La niña de la grieta extendió una mano hacia ella…
A la mañana siguiente, los padres de Yumiko no la encontraron por ningún lado. Y por más que la buscaron, nunca la volvieron a ver.
Este cuento esta basado en la leyenda japonesa de la niña del agujero, un espíritu que se dice, habita en todas las grietas de las casas del país nipón. Quien acepta jugar con él, es llevado al inframundo.
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