Rika era una adolescente japonesa a la que le encantaba pasar su tiempo libre en Internet. Lo que más hacía era buscar novedades en las redes sociales y foros populares de Japón. Le encantaban las creepypastas, misterios y leyendas. Fue por eso que cuando escuchó hablar acerca de «la habitación roja», su curiosidad no le permitió pasar el tema de largo.
—¿Qué es eso de la habitación roja? —le preguntó a uno de sus compañeros, un chico llamado Hiro.
—¿No lo sabes? —preguntó él con burla.
Ese era el tema de conversación del salón entero y prácticamente ya todos estaban al tanto.
—Dicen que Internet hay un banner muy extraño, que se abre en forma de ventana emergente —le contó el muchacho—, es un banner de color rojo que te hace una única pregunta: ¿te gusta la habitación roja? Tú tienes que contestar que sí o que no. Pero si tu respuesta es afirmativa, inmediatamente se abrirá ante ti una lista en la que verás tu nombre. Puede que también veas los de otras personas que conozcas.
—¿Eso es todo? —preguntó Rika, extrañada— ¿Y qué pasa después de que ves tu nombre en la lista?
—Eso nadie lo sabe. Probablemente solo se trate de la broma de un informático idiota.
Durante los días siguientes, Rika no dejó de pensar en la habitación roja y todo lo que se decía de ella. Tenía ganas de averiguar si el rumor era cierto, que pasaba una vez que uno se introducía en la lista.
Un día, navegando en la red como de costumbre, una ventana emergente se abrió ante sus ojos y ella sintió que se sobresaltaba. Era el banner de la leyenda y tal como le había explicado su amigo, le hacía una simple pregunta: ¿te gusta la habitación roja?
Sin pensarlo, Rika respondió que sí y a continuación, vio desfilar ante ella un número alarmante de fotografías sangrientas, que se sucedían rápidamente las unas a las otras, mostrando escenas que parecían sacadas de una película gore. Gente asesinada, mutilada o despedazada. Tras un intenso minuto de ansiedad, la muchacha vio aparecer ante ella una lista en la que por supuesto, figuraba su nombre, debajo de tantos otros.
En ese momento la ventana se cerró y Rika suplicó para sus adentros que todo aquello fuese una broma. Apagó la computadora y se marcó a dormir.
A la mañana siguiente, la policía y los medios de comunicación locales se habían dado cita en su casa. Sus padres estaban destrozados. La conmoción en el ambiente era notoria y nadie podía explicarse racionalmente que era lo que había ocurrido.
Rika, o lo que quedaba de ella, yacía muerta en su dormitorio. Parecía como si alguien se hubiese ensañado con su cuerpo a tal punto, que no se le podía reconocer por la gravedad de sus heridas.
Era una escena enfermiza.
La sangre había sido impregnada en las paredes de la recámara, tiñéndolas por completo y transformándola en un escenario de pesadilla. Transformándola en una habitación roja.
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