Todo comenzó aquel día. Iba caminando hacia casa desde la escuela, cuando a mitad del camino, me topé en la calle con una niña que me miraba. Iba vestida con ropa vieja, tenía una mirada profunda y una sonrisa de oreja a oreja que me causó escalofríos. La ignoré y continué con mi camino. Justo cuando estaba a punto de llegar a mi hogar vi que ella estaba afuera, sonriéndome.
Nervioso, traté de evadirla y entré lo más rápido que pude.
Un rato después estaba hablando con algunos de mis amigos por Facebook, acerca de la escuela y del cuento corto que nos habían encargado escribir para el día siguiente. En ese momento me llegó una solicitud de amistad y sin pensarlo mucho, presioné el botón de aceptar.
No fue sino hasta segundos después, cuando me fijé en la foto de perfil de aquel usuario desconocido, que el miedo se volvió a apoderar de mí. Era la fotografía de la misma niña sonriente que me estaba acosando. Rápidamente cerré mi portátil y la desconecté. Lo que no sospechaba era que la verdadera pesadilla estaba a punto de comenzar.
A lo largo de los siguientes dos meses, llegué a verla en cada sitio al que iba y también fuera de mi casa. No soportaba esa maldita sonrisa.
Lo peor de todo, era cuando mis amigos me aseguraban que ellos no veían a nadie. Si estaban jugándome una broma con aquello, definitivamente era la más cruel que habían intentado conmigo.
Un día, cansado del acoso, decidí encararla con furia.
—¿Por qué me sigues? ¡¿Quién eres?!
La pequeña ensanchó su sonrisa hasta tal punto, que dejó de parecer humana.
—Tu peor pesadilla —acto seguido se echó a reír de una manera tan malsana, que tuve que salir corriendo para no morir de miedo ahí mismo.
Seis meses transcurrieron, largos e insoportables. La niña sonriente me estaba volviendo loco.
Finalmente tomé una decisión: si ella no me dejaba en paz, yo tendría que acabar con ella. Así que tomé un cuchillo y salí de casa una vez más.
Pero nada salió como lo había planeado.
La chiquilla me arañó, herida y llena de furia, mostrándome dos espantosos colmillos en su sonrisa malévola. Apenas logré escapar. Por lo menos, ahora mis amigos podían verla. Pero solo cuando quería acercarse a mí.
Ahora me sigue desde lejos, sin dejar de sonreír, como advirtiéndome que no importa lo que haga, ella nunca se alejará de mí.
Han pasado doce años desde que aquella locura se desató. Últimamente no he visto tanto a la niña, lo cual es un alivio. Pesé a mis temores, logré enamorarme y me casé con la mujer a quien considero el amor de mi vida. Juntos acabamos de tener una bebé, es hermosa, la pequeña más linda del mundo. Aunque… hay algo en ella que me incomoda un poco.
Y es que, desde la primera vez que la vi, me di cuenta de que mi hija no dejaba de sonreír.
Tiene una sonrisa tan amplia, que no parece humana.
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