Numancio estaba sentado en el amplio mueble de su oficina, y pensó que era momento de ajustar cuentas con el profesor que le había faltado el respeto. Pocas veces el estudiante se dejaba llevar por sentimientos coléricos, pues utilizaba más el cerebro que el corazón. Sin embargo, pensó que esta ocasión ameritaba un ajuste de cuentas con aquel altanero. A pesar de que algunos de sus profesores como ese rechazaron sus trabajos basados en sus minuciosas investigaciones, él siempre tuvo la sospecha de que esos mediocres habían tomado la decisión debido a su falta de conocimientos.
Comenzó a calcular algunos movimientos para poder vengarse mientras la tarde daba sus últimos destellos. Sacó uno de esos manuscritos de páginas maduras que reposaba en la biblioteca de su casa. El libro era grande y tenía una superficie de tela oscura muy suave. El misterioso ser que buscaba tenía una larga y peligrosa reputación, pues en épocas remotas fue utilizado por los estudiosos de enorme talla, y para ser atraído se necesitaban los más escondidos conjuros.
Necesitaba esa entidad, pues era lo suficientemente hostil, sigilosa, y sobre todo porque no dejaba un rastro que pudiera inculparlo. Sería como una lúgubre estela de terror que viajaría entre las nieblas sin ser notada. Después de un momento, llevó el manuscrito a su escritorio para poder pasear por las páginas con mayor calma, y se recostó en su silla mientras leía la parte que le interesaba. La columna vertebral del estudiante temblaba al observar ese baile de mortales signos y siniestros dibujos, era un conocimiento que nacía con la fuerza necesaria para provocar un desastre.
Planificó los procedimientos a realizar mientras sus dedos golpeteaban la superficie de su extenso escritorio. Finalmente, fue a acomodar los elementos que necesitaba para atraer a ese candidato ideal. Numancio estuvo calculando atentamente la adecuada posición planetaria en su computadora. Mas tarde, se dedicó a dibujar los complicados símbolos en el suelo de su laboratorio. Al acercarse el momento indicado de la noche, y mucho después de que el sol matizó las últimas nubes del horizonte, colocó con precisión una serie de huesos y venenos en los lugares exactos y los acompañó con velas. Después, se visitó de manera adecuada para poder comenzar. Todo estaba ordenado admirablemente, y finalmente, se sentó sobre los símbolos tomando la posición adecuada. Al llegar el momento, procedió a pronunciar las palabras, esparciendo sus solicitudes sobre el aire.
Era necesario mantener un severo control sobre las neuronas ante una situación como esa. Permaneció sin moverse sobre el regimiento de signos mientras luchaba contra la irrupción del temor. Una vez que las palabras y los siniestros conjuros acabaron su viaje por el aire, el viento comenzó a rugir violentamente en el exterior de la mansión. De pronto, vino una violenta tormenta. Llovía a cantaros, los truenos retumbaban y los árboles parecían moverse en una danza demoníaca, mientras sus ramas chicoteaban el viento. Serenó sus delgadas facciones intentando pensar claramente mientras sus palabras volaban por la habitación pareciendo que se desmarañaba la realidad. Numancio sabía que faltaba poco para estar frente a un ser rodeado de poderes impredecibles, y las posibilidades eran desconocidas.
Finalmente, comenzaron a ocurrir algunos indicios de que el ser se aproximaba. Se vio primero una pequeña sombra sobre la pared que comenzó a crecer y se iba expandiendo de un modo prodigioso oscureciendo toda la habitación. Poco después, pudo notarse que el ser tenía una deforme cabezota de forma bestial y repelente, desprovista por completo de humanidad y casi tocaba el techo de la habitación. El estudioso estaba suficientemente cerca del ser y podía notar que llevaba una capa de matiz ébano sobre su delgado cuerpo, y no tenía ni un solo pliegue. Esa silueta alta llevaba una helada expresión dibujada en su macilento rostro. Rodeaba ligeramente los signos de protección diseñados en el suelo, y parecía tratar de irse contra el estudioso; pero retrocedía como si una fuerza invisible lo expulsara, tal y como haría un ser humano si de repente tocara una reja filuda. Se movía alrededor midiendo su posibilidad de romper las poderosas líneas de protección. Sin duda, un ser remoto e inhumano con unos opacos iris de misteriosa negrura en las que se reflejaban ideas sacrílegas. Después de un momento, Numancio le señaló con mucho cuidado una foto de su profesor que estaba ahí cerca, pidiéndole que le diera una lección, y dictándole unas siniestras órdenes.
-Profana veloz su aposento, y acomete como sólo tú sabes hacerlo. Si es resistente a tu ataque, espanta su mente y su corazón, y logra que lamente su comportamiento.
Transcurrió un tenso momento, y el ser se desmaterializó tomando el aspecto de una pequeña sombra. Poco después, la diminuta mancha salió del lugar deslizándose por la ventana, dirigiéndose rápidamente hacia la casa de la víctima.
El profesor que sería la víctima sabía muchos trucos del ocultismo, y eso contribuía en gran medida a hacer que la invasión de morada fuera aún más desafiante. Los sujetos a los que apoyaba ese profesor no se contentaban solo con agitar sus armas y afirmar su autoridad sobre los pobladores, sino que les agradaba amedrentar con amenazas, por lo tanto, era importante hacer algo, y obligar a las insólitas criaturas a participar en acciones violentas de maneras discretas para obtener alguna ventaja.
La sutil sombra llegó a la parte exterior de la casa y continuó avanzando veloz y sigilosamente a través de las lúgubres calles. Era lo suficientemente discreta para no ser notada y cumpliría bien con su misión espectral.
Desde ese momento, el alumno se decidió a dejar a un lado esas pequeñas diversiones, y se dedicaría a atormentar metódicamente a cualquiera que resultara un obstáculo para sus teorías, y trataría de cada vez que le pareciera preciso. Iría indicándoles las víctimas adecuadas a esos seres, y con suficiente conocimiento y control no podría fallar. Sus criaturas le enseñarían al mundo corrupto lo que era el horror, y si lo deseaba podría acabar con los prestamistas avaros, los soldados crueles, y los corruptos que estuvieran escondidos en su hipocresía.
La negra sombra continuaba su silencioso camino sin que nadie pudiera percibirla. La luz de la luna iluminaba algunos callejones, pero quedaba opacada por las nubes que parecían querer ayudar al mensajero de la muerte que avanzaba sin problemas a través de las distintas calles, rumbo hacia la casa de su víctima.
Una vez que llegó a la calle donde estaba la mansión indicada, aminoró su marcha y se acercó a la puerta de la parte delantera de la casa. La pequeña sombra tuvo que esperar un momento, ya que todos los ocultistas tenían símbolos de protección en las paredes exteriores de su morada y las puertas para poder evitar los diversos ataques de enemigos que nunca faltaban. El ser deambuló por el jardín y esperó a que alguien abriera la puerta, apenas llegó la hija del profesor se metió a la casa rápida y silenciosamente. El sujeto pronto sabría lo peligrosos que esos seres podían ser. Mientras el instructor leía relajadamente, se oyó un murmullo lejano en la parte trasera de la mansión. Ese sonido le causó una extraña sensación, era como ser perturbado por el vuelo de unos vampiros, similar a alguien que le murmuraba al oído unos cantos enigmáticos.
Luego de un momento, el mueble en el que estaba sentado comenzó a sacudirse levemente. El profesor se levantó y revisó el sillón para ver si algo lo movía por debajo, y al no ver nada miró alrededor extrañado. Verificó que la puerta de la casa estuviera cerrada. Había silencio y solo se oía débilmente el sonido de los grillos. Se sentó nuevamente y tomó el periódico.
De pronto, los grillos callaron, y al sillón sobre el que estaba sentado comenzaron a brotarle de los costados dos brazos musculados y de piel gris y las manos poseían terribles garras, y también le brotaron por debajo dos piernas igualmente fornidas. El sujeto saltó hacia adelante aterrado y cayó al suelo. Ante sus incrédulos ojos, el mueble se puso de pie y comenzó a andar bamboleándose torpemente mientras se convertía en una especie de monstruo gris y peludo de colmilluda boca. El sujeto estaba desconcertado y trató de alejarse. La criatura se le abalanzó e instantáneamente le devoró un brazo dejándole solo unos colgajos de carne. A duras penas el profesor se arrastró sangrando hasta una pequeña mesa en que tenía un amuleto especial y se lo enseño al espantoso ser, que al verlo dejó de atacar, y poco después, el mueble volvió a la normalidad.
Al día siguiente, corrió por la escuela el atemorizante rumor de que algo había atacado al educador. Numancio llegó a la escuela y al oír los siniestros comentarios se dio cuenta de que había tenido éxito. Nadie podía relacionar a Numancio con el delito, pues había hecho un buen trabajo y mantenía la discreción necesaria. Sin embargo, algunos en su salón pensaron que solo alguien con su habilidad podía lograr a las entidades de esa manera. La mayoría de los alumnos que oyeron el caso sospecharon que se trataba de una nigromancia poderosa y oscura, un vil encantamiento ignorado por los catálogos conocidos.
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