“Yo soy el mono titiritero, soy el más inteligente del mundo entero. Mis volteretas son un vaivén y con el rabo cuento hasta cien».
Esta era la canción que se escuchaba cada día en la orilla del mar, en el terreno de monolandia, donde practicaba cada uno de sus saltos, sus vueltas y también sus cabriolas. Sin embargo, durante una mañana se escucharon una serie de aplausos que acompañaron el fin de la canción del mono titiritero.
¿Y ahora bien, señor mono? Dijo el tiburón que no dejaba de mirarlo todos los días, pues con casualidades siempre se lo topaba cada vez que llegaba a la orilla del mar cantando y realizando al mismo tiempo todos los movimientos acróbatas que lo caracterizaban y lo hacía ser un simpático mono.
El tiburón pensó en el instante que lo vio cuánto le gustaría a su gente, ver a este mono tan peculiar. Dicho esto, el tiburón sin pensarlo dos veces le dijo al protagonista que si se atrevía a cruzar el río.
El mono al principio se resistía, pues le daba un poco de miedo pasar por encima del agua. Pero minutos después al ver que no se podía dejar vencer por el temor frente al tiburón, decidió saltar al lomo del tiburón, quién fue que lo transportó a la otra orilla, con tanta precaución que no hubo gota que salpicara al mono.
Apenas llegó el mono, empezaron a escucharse distintos toques de caracola y él tiburón le preguntó a un hermano menor ¿qué pasa? Y este le contestó:
Es que nuestro rey se encuentra muy grave, lo que significa que hemos conseguido el remedio, pues solo podría salvarse si se come el hígado de un mono, es lo que nos ha dicho el doctor.
El tiburón le lanzó una ojeada a su amigo el mono, quien de inmediato quería lanzarse al agua para salvar su vida y su hígado de ser preparado para un remedio. Sin embargo, lo pensó mejor y le dijo:
-Debido a que le tienes mucho amor al rey de los tiburones, yo no tengo ningún inconveniente en aportarle mi hígado y así puedas ofrecérselo.
-De verdad, muchas gracias amigo, eso me ha conmovido ya yo había pensado en conseguirlo de la forma que fuera, dijo el tiburón.
-El problema es que como soy muy distraído se me van olvidando muchas cosas, entonces dejé en la casa el hígado y el corazón sobre un sombrero, por lo que tendría que ir a buscarlo en la otra orilla.
El tiburón que ya estaba de mal humor se lanzó al agua, dando vueltas de un lado a otro y decidió llevar al mono a toda velocidad. Cuando llegaron el mono saltó a tierra firme y con carcajadas no dejaba de repetir:
-¡Aquí tengo mi hígado!, ¡ven a buscarlo si es que lo quieres jajaja…..o, acaso ¿te imaginaste que me lo iba a dejar arrebatar así de fácil?
«Yo soy el mono Titiritero, soy el más listo del mundo entero. Mis volteretas son un vaivén y con el rabo cuento hasta cien».
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