El sur de México es una región fascinante, llena de relatos y mitos que nos hablan sobre las creencias de culturas antiguas, y también de seres sobrenaturales. Entre ellos encontramos fantasmas, apariciones infernales, descarnados e incluso chamanes, que hasta el día de hoy son recordados por medio de escalofriantes narraciones.
En esta ocasión vamos a contarte cinco leyendas de terror de Chiapas, que te van a quitar el sueño por la noche.
La carretera de San Pascualito

Allá entre los años 1890 y 1900, en el pueblito de Tehuacan, se contaba una leyenda llamada «La carreta de San Pascualito», que despertaba el terror entre sus habitantes.
Y es que ciertas noches, ya cerca de la madrugada, podía escucharse el ir y venir de un carromato tirado por un caballo, deslizándose siniestramente por el sendero del pueblo. Lo conducía una figura alta y ataviada con una túnica negra. En su mano derecha llevaba un haza puntiaguda y su rostro, espectral, no era más que hueso.
Se trata de San Pascual Baylón, quien encarna a la mismísima muerte y vuelve de tanto en tanto para llevarse a los enfermos y desamparados.
Tiempo atrás, cuando la región estaba asolada por una terrible epidemia, hubo un hombre moribundo que rezó mucho para que Dios ayudara a su pueblo. Justo después de que le aplicarán la extremaunción, vislumbró a un esqueleto vestido de negro, que le prometió llevarse la epidemia nueve días después de su muerte, si el pueblo lo aceptaba como su santo patrón.
El enfermo comunicó el recado y se realizó una ofrenda para el santo, que cumplió su promesa. Desde entonces, San Pascualito recorre los caminos, recogiendo a los recién fallecidos.
La Tisigua

Desde los tiempos de sus ancestros náhuatls, los habitantes de Tuxtla Gutiérrez contaban la leyenda de una hermosa pero malvada mujer que se aparecía en el río Sabinal, concretamente dentro de las pozas que se formaban entre los troncos de los ahuehuetes. Antes. las aguas del río estaban limpias y cristalinas, no como ahora, que se han vuelto negras.
A los jóvenes les gustaba acudir para bañarse en ellas por largas horas, pero si no tenían cuidado, podían encontrarse con esta espeluznante aparición.
Cierto día, un muchacho acudió para darse un baño. Al estar en el agua durante un largo rato, pudo escuchar unas extrañas palmadas detrás de él. Sobresaltado, se dio la vuelta, solo para encontrarse con la hierba agitada de la orilla. Sin embargo, sentía que alguien lo estaba espiando. Intranquilo, continuó nadando y poco después escuchó otro ruido. Esta vez alguien silbaba.
Volvió a mirar y se quedó anonadado al encontrarse con una bella mujer, de piel blanca y pelo rubio, casi pelirrojo, muy semejante al fuego. Sus ojos eran azules y la única prenda que usaba, era una enagua transparente, tras la cual se adivinaba una silueta esbelta y sensual.
La mujer lo miraba con coquetería; el joven sintió hervir su sangre al instante, por el deseo de tener un romance con ella. Fue tras la extraña, que se escabulló como una víbora en medio de la maleza sin hacerse daño. En cambio él se tropezaba y lastimaba con las espinas que surgían entre el hierbal, tenía miedo de pisar alguna culebra, pero no podía dejar de mirar a la muchacha.
Finalmente consiguió atraparla y los dos se besaron con pasión.
Al cabo de un rato, la mujer volvió a sumergirse en la poza y él hizo lo mismo, ansioso por abrazarla. La chica tomó su sombrero y lo lleno con agua. Al colocarlo en la cabeza del joven, el líquido se transformó en un lodo hirviente, del que manaba un intenso olor a azufre. Chilló de dolor. Ella rió con malignidad y se palmeó los muslos, burlándose de él.
Cuando el muchacho quiso reclamarle, se dio cuenta de que había salido del agua y ahora volvía a perderse entre la maleza. emitiendo una risa escalofriante. Fue en ese momento cuando perdió la razón.
Loco, balbuceando, trato de ir tras ella. Vagó por días en medio de la selva, desnudo, con la mirada extraviada y la boca abierta, hasta que lo encontraron unos hombres del pueblo.
Lo llevaron a la iglesia y también con curanderos, pero nadie pudo remediar su locura. El resto de su vida se la pasó vagando entre las casas, pidiendo comida de puerta en puerta y queriendo ver a aquella hermosa mujer, en los rostros de las amas de casa que por caridad le tendían un plato.
Por eso hasta el día de hoy, se advierte a los hombres que no deben bañarse solos en las pozas. La Tisigua vaga por ahí, en busca de alguien a quien pueda arrebatarle su cordura.
El negro y la iglesia de Chamula

En Chiapas, el pueblo de San Juan de Chamula es uno de los más hermosos y también misteriosos. Los indígenas que ahí habitan son muy celosos con sus tradiciones y recelosos con los blancos. Su mayor orgullo es la pequeña iglesia de Chamula, sobre la cual tienen una curiosa leyenda.
Cuando los españoles llegaron a la región con la intención de imponer sus costumbres, los chamulas se resistieron y con gran valentía, siguieron practicando sus rituales y creencias. Un día, llegó al pueblo un hombre negro que tenía fama como chamán. Tan grande era su poder, que podía aniquilar a sus enemigos en un instante.
La población, alarmada por los estragos que causaban los españoles, decidió construir una iglesia para poner fin a los enfrentamientos.
Unas personas acudieron con el negro y le pidieron que les señalara, cual era el lugar ideal para construir su capilla. El brujo se puso de pie sobre un pedestal, a decenas de metros de altura de donde actualmente, se ubica la entrada principal al templo. Silbó, dio una vuelta y los chamulas contemplaron con asombro como las piedras se movían a su alrededor, convirtiéndose en carneros que acudieron al lado del brujo.
Los animales se comunicaron entre ellos y volvieron a transformarse en piedras, que rodaron hasta quedarse en el sitio exacto donde se levantaría la iglesia.
Algunas piedras sin embargo, no quisieron obedecer las órdenes del chamán. Este las llamó Chajancavitz, que quiere decir «El cerro de las piedras haraganas» y se puede observar a un lado de la carretera, justo antes de entrar a Chamula.
La piedra de Huixtla

En el pasado, los brujos de Chapa de Corzo solían ir a Guatemala a buscar objetos mágicos: hierbas milagrosas, piedras mágicas y metales preciosos. En cierta ocasión, uno de ellos quiso llevarse una campana de metal, la cual se rumoreaba que había sido embrujada. Como el objeto estaba muy pesado, necesitaba ayuda para trasladarla hasta Chiapas.
En eso le encargó a Juan No, el hombre con más fuerza en el pueblo, que le ayudara a llevarla hasta Chapa de Corzo, advirtiéndole que bajo ninguna circunstancia esta debía tocar el suelo. De lo contrario se convertiría en piedra.
Juan aceptó y se fueron cargando la campana desde Tapachula hasta la selva de Huixtla. Sin embargo, Juan cada vez se sentía más cansado de trasladar aquel objeto. El brujo le iba ánimos y le decía que cada vez faltaba menos para llegar a su destino. No obstante, el muchacho siguió insistiendo en que había llegado el momento de tomar un descanso.
Finalmente, le hechicero le permitió reposar un rato, con tal de que la campana no tocase el piso. Juan se la colocó en la espalda y se recargo contra unas piedras para dormir mejor.
Al cabo de un rato, el brujo también se quedó dormido.
A la mañana siguiente, despertaron y comprobaron con horror que la campana había resbalado al suelo. Ahora era una piedra enorme, que Juan no logró volver a levantar por más esfuerzos que hizo.
Furioso, el brujo lo maldijo, convirtiéndolo en piedra y condenándolo a cuidar la campana por el resto de la eternidad. Desde entonces, al pasar por el sitio donde yace la campana petrificada, se pueden escuchar unos pasos alrededor, como si alguna presencia invisible estuviera acechándola.
La leyenda del Sumidero

Hace siglos, cuando los españoles llegaron a conquistar América, los indigenas Nandalumí de Chiapas, fueron uno de los pueblos que opusieron más resistencia a perder su identidad y costumbres. Era 1524 cuando Luis Marín llegó a la región con sus soldados. A la fuerza, impuso su religión sobre la comunidad, que valientemente se negó a convertirse al cristianismo.
Esto provocó que Diego de Mazariegos apareciera con más hombres armados, buscando someter a las familias Nandalumí. Españoles e indígenas se enfrentaron en el Peñón de Tepechtía del Cañón del Sumidero, en una sangrienta batalla.
Por desgracia los conquistadores llevaban ventaja.
Al darse cuenta de la derrota inminente, familias completas de indígenas comenzaron a lanzarse por el precipicio, prefiriendo la muerte a estar a merced de los hombres blancos. Solo al ver que tantas personas estaban dispuestas a quitarse la vida por voluntad propia, Mazariegos decidió terminar con la guerra.
Y los pocos habitantes que sobrevivieron en la región, fundaron el pueblo mágico de San Cristobal de las Casas.
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