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Leyendas de terror: La Tinta Roja

«La Tinta Roja» es un cuento de Elizabeth Rojas Samperio escrito para niños de primaria. El relato nos cuenta la historia de Mariano y Roberto, dos niños que deciden entrar a su escuela de noche para recuperar sus cuadernos olvidados. Lo que no sospechan es que algo aterrador está a punto de ocurrirles…

Mariano y Roberto se habían dejado sus cuadernos en el colegio. Tenían que entregar una tarea que contaba para la calificación del mes. Esa tarde, cuando se encontraron para estudiar, se dieron cuenta de que les faltaban sus cuadernos.

Ya estaba anocheciendo y no podían recordar de que se trataba la condenada tarea. Mariano le había pedido permiso a su mamá para quedarse a dormir en la casa de Roberto y que hicieran los deberes juntos. Pero no era posible. Sin los apuntes de clase nada valía: ni el permiso de la mamá, ni las cartulinas que habían comprado, ni su propósito de sacar la mejor calificación.

Cada tarde, Roberto se quedaba solo en casa, ya que su madre tenía que trabajar todos los días y llegaba demasiado tarde, prácticamente de noche. Aquella tarde no era para menos. Mariano y Roberto se encontraban a solas en el estrecho apartamento. Sabiendo que su mamá iba a tardarse en llegar, a Roberto se le ocurrió que podían ir a la escuela y tomar sus cuadernos del salón para hacer la tarea.

Pero apenas le contó el plan a su amigo, este se negó, alegando que era de noche, que ya habían cerrado la escuela y que no se acordaba de en que lugar del salón habían dejado sus cuadernos.

—A lo mejor y hasta se los llevó otro chico —dijo—, además, ¿por dónde se supone que vamos a entrar? Ya sabes que Don Chuy vive muy lejos y… también… si… luego…

La calle estaba en completa oscuridad, había llovido demasiado y enormes charcos se formaban en la acera.

El muro del colegio no estaba tan alto. Lo habían saltado en ocasiones anteriores, cada vez que la pelota de fútbol con la que estaban jugando era pateada a la calle. Saltarla desde afuera hacia adentro no sería tan complicado, si ya se habían brincado tantas veces de adentro a afuera. Claro que no sería lo mismo, ya que no contaban con la ayuda de sus seis amigos. En ese momento eran solo dos. Encima, Mariano era muy flacucho y casi no tenía fuerza. Pero ya estaban allí.

El instituto frente a ambos, desde las sombras, parecía extraño. Podían escuchar los sonidos del viento y el clima de invierno que los hacía temblar. Anduvieron por la parte trasera, donde se encontraban los contenedores de basura.

De pronto escucharon un ruido, un ruido muy agudo…

—¿Quién anda ahí? —musitó Roberto con voz débil. Oyó un chillido pero nadie le respondió, así que creyó que se trataba de una rata—. A veces las ratas hurgan entre la basura —dijo para tranquilizarse, pues ya los nervios se lo estaban comiendo vivo.

Intentó darse valor y puso de cabeza un bote para trepar a la barda.

—Vamos Mariano, que no voy a hacerlo todo yo. A fin de cuentas, la tarea es de ambos —Mariano estaba lívido. Los chillidos seguían y a él le daba igual que fueran de las ratas, de todos modos tenía miedo. Cerró sus ojos y alzó su mano hacia Roberto.

—Jálame, a ver si logró subirme…

—Aflójate un poco, que si no me vas a jalar tú… ¡Me voy a caer! ¡Tonto!

El silencio era más profundo que la oscuridad y a pesar de todo, se escuchaban voces…

—No pueden ser de ninguna persona. De noche nadie está en la escuela…

—Son voces de niños… ¡pero todos los niños están en sus casas terminando la tarea! ¡Ya vámonos, Roberto! ¡Me da miedo!

—¡No seas cobarde, ya estamos aquí! Dame la mano, allá está el salón.

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Lentamente caminaron por los corredores hasta llegar a su salón.

—Ve a buscar en tu pupitre.

—No veo mi cuaderno, los amontonaron todos aquí atrás y ni sé cual es cual. Hay mucho ruido… quiero irme de aquí.

De pronto, una luz ligera alumbró la estancia seguida de pasos, llaves y palabras.

—¡Al ladrón, al ladrón! —exclamaron las voces y Roberto sintió como alguien lo tomaba por la espalda. Otro agarró a Mariano y le cubrió la boca— ¡Silencio! ¡Abajo!

Una navaja afilada rozó el cuello de Roberto. Mariano la vio. Con los ojos abiertos como platos, observaba como la navaja se movía sola, pues nadie la estaba sosteniendo. No podían moverse y la navaja amenazaba con cortar a Roberto.

—¡Al ladrón! —bramaron las voces de nuevo. Roberto intenta tranquilizarse. ¿Cómo era posible que escucharan voces, si no había nadie? Tuvo ganas de voltear.

Pero algo no lo dejaba. En ese momento, sintió una cálida humedad bajando por sus pantalones.

—¡Mi mamá! ¿Ahora cómo le voy a decir lo que pasó? Deja de llorar Mariano, no nos pasará nada.

—¡Cállate que me asustas más! No me puedo mover, alguien me está agarrando, pero no puedo ver a nadie, solamente lo siento.

—¡Cállate, por favor! —le dijo Roberto, a punto de romper a llorar.

—¡Vámonos! —le pidió Mariano— Ya no importa si reprobamos.

—¡Alguien me sujeta los pies y no me deja moverme!

Acababan de dar las siete y media de la mañana cuando Don Chuy abrió la puerta del colegio, dando inicio a otra jornada escolar. Entró en el salón del sexto B para comprobar que todo estuviera en orden para recibir a los niños, no obstante… el piso del salón estaba manchado de tinta roja y el pizarrón tenía rasguños, como si un gato furioso lo hubiera rasguñado. Los pupitres de Roberto y Mariano ya habían sido colocados en su lugar, hasta adelante, pues eran los alumnos más revoltosos del grupo.

Don Chuy no se explicaba como habían llegado ahí, cuando recordaba haberlas llevado a la parte de atrás para limpiar el suelo. Sobre la banca de Roberto alguien había dejado una navaja, manchada con unas gotitas de tinta roja. Sin embargo no había nadie.

Los dos niños salieron de casa adormecidos, tenían la boca seca y los corazones oprimidos. La mamá de Roberto ni cuenta se había dado de su escapada y ya los estaba apurando para ir al colegio. Ellos se miraban sin pronunciar una palabra.

—¿Qué habrá pasado aquí anoche? —se preguntó Don Chuy con extrañeza. Fue con lentitud hasta las bancas. La tinta roja señalaba los cuadernos de Mariano y Roberto con un escalofriante mensaje:

«¡No hicieron su tarea! ¡Están reprobados!. Don Chuy, perplejo, se acordó de lo que había ocurrido en la escuela hace mucho tiempo…

Leyendas de terror: La Tinta Roja 1

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Acerca del autor

Erika GC

Apasionada por contar historias, me gustan los buenos libros y pasarme tardes enteras en Netflix. El cine y la literatura son la mejor combinación para mí.

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