Egipto es una tierra que siempre nos ha fascinado por los misterios que encierran sus pirámides, sus efigies y todo rastro de la vasta civilización que alguna vez la habitó. Una civilización que como todas, también contaba sus propias historias para entretener y advertir a la gente acerca de presencias oscuras, pero sobre todo, del respeto que debían guardar ante las tumbas y pertenencias de los faraones.
Las leyendas egipcias de terror que vas a leer a continuación, hablan sobre famosas maldiciones o hechos que tienen que ver con momias y reliquias antiguas. Se dice que estos objetos tienen un poder inmenso que provoca grandes desgracias y a veces, milagros inexplicables.
La maldición de Tutankamón
Sin duda alguna, esta es la leyenda más famosa y aterradora que se conoce desde Egipto.
Nuestras historia se remonta hasta el año 1923, con la expedición del conocido arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter, quien descubrió la tumba del faraón Tutankamón. Los locales le advirtieron que todo aquel que profanara el sepulcro, estaba condenado a morir. Pero Carter no era un hombre supersticioso.
A pesar de todo, debió sospechar que algo iba mal cuando se consiguió a un pequeño canario como guía. Una cobra apareció de repente y lo devoró cuando se acercaban al sepulcro.
Este tipo de serpiente fue el símbolo más representativo de las dinastías egipcias y se consideró una señal de mal augurio.
Poco tiempo después, Lord Carnarvon, quien había financiado el viaje y las investigaciones de Carter, murió al ser picado por un mosquito y contraer una horrible infección. Cuentan que en el instante exacto de su muerte, El Cairo sufrió un apagón inexplicable.
Para 1935, la maldición de Tutankamón ya había matado a por los menos veinte personas, que de una manera u otra, estuvieron involucradas con la excavación de su tumba. Si bien Carter logró esquivarla, vivió el resto de su vida con un miedo atroz al poder de los dioses egipcios. Años más tarde, se dio a conocer que la muerte de las víctimas habría sido provocada por una bacteria que a lo largo de los siglos, se multiplicó encima del sepulcro.
El castigo del ladrón
Ocurrió no hace muchos años, cuando un hombre europeo se internó en el Valle de los Reyes y robó una pieza muy valiosa del tarea arqueológica. De alguna manera consiguió regresar a casa, sin que nadie se diera cuenta de que llevaba consigo tan preciado objeto. Sin embargo, una vez allí enfermó de manera grave.
Sufría fatiga y fiebres incontrolables. Finalmente le sobrevino una parálisis que lo dejó postrado en cama. Tiempo después murió, en medio de horribles dolores y presa de una condición que los médicos nunca supieran explicar.
Al darse cuenta de la pieza que se había robado, su familia llegó a la conclusión de que el objeto estaba maldito y su pariente no iba a descansar en paz hasta que fuera devuelta a su lugar de origen. En 2007, el hijastro de aquel hombre viajó de nuevo hasta Egipto y reveló a las autoridades lo que había sucedido. Por suerte le dejaron devolver la reliquia.
Por cierto, nunca se reveló que era exactamente, ni la identidad del desafortunado ladrón.
El milagro de Amosis
Zahi Hawass, Ex-Ministro de Antigüedades Egipcias, dio a conocer la historia de un niño que estaba apasionado por todo lo que tuviera que ver con el Antiguo Egipto. Pirámides, maldiciones, jeroglíficos y más que nada, momias. Este chico había hecho todo lo posible por contactarse con él, ya que sabía de su trabajo y tenía muchas ganas de conocerlo.
Hawass se quedó muy impresionado, no solo por el entusiasmo y conocimiento que demostraba sobre el tema, sino porque su padre le confesó que cuando era más pequeño, el niño había sufrido una enfermedad muy grave, que aparentemente no poseía cura.
Un día llevó a su hijo a visitar el Museo del Cairo. Allí, el niño se detuvo frente a la momia de Amosis; uno de los grandes faraones, quien había logrado expulsar a los hicsos que invadían sus tierras. Sin saber porque se quedó mirándola a los ojos, era como si sintiera una especie de atracción irremediable hacia ella.
De la nada, el chiquillo comenzó a gritar y se derrumbó al suelo, retorciéndose de manera histérica. Todos lo miraban aterrados. Su padre intentaba calmarlo sin éxito; el niño se comportaba como si algo invisible lo estuviera atacando.
Y de pronto, los gritos cesaron. El pequeño fue llevado de inmediato a recibir atención médica, y cual fue la sorpresa de los doctores, al comprobar que todo rastro de su enfermedad había desaparecido. Tanto él como su padre, atribuyeron su misteriosa curación a los poderes de la momia de Amosis.
Desde entonces, el chico se obsesionó con todos los secretos del Antiguo Egipto.
La estatua que giraba
En el Museo de Manchester, la pequeña estatuilla de Neb-Senu dejó perplejos a los visitantes y a las autoridades de la institución. Todos fueron testigos de como, a lo largo del día, el objeto iba girando lentamente hasta cambiar por completo su posición original. Lo más extraño era que, por la noche, la efigie dejaba de moverse. Los vídeos obtenidos por las cámaras de seguridad fueron evidencia más que suficiente, para que este hecho estremeciera al mundo.
Esto provocó que las personas creyeran que estaba poseída por el espíritu del propio Neb-Sanu, un misterioso hombre que se destacó en el Antiguo Egipto.
El dios de la muerte
Como Howard Carter, el inglés Walter Brian Emery pasó a la historia por su increíble trabajo como egiptólogo. Uno de sus hallazgos más macabros e impresionantes, fue el que hizo en la región de Sakkara, dentro de la mítica ciudad de Menfis. Allí se topó con una tumba que contenía una pequeña efigie de Osiris, la deidad de la muerte.
Esa misma noche, el arqueólogo se llevó la estatuilla a la casa que alquilaba dentro de la excavación. Su ayudante, Ali-al Khouli, contó que estaba tomando una ducha cuando escuchó unos sonidos extraños en el baño. Al llamar a la puerta, nadie le respondió. Preocupado, decidió entrar de todas formas y encontró a Emery sujetándose con fuerza del lavabo, pálido y tembloroso.
Su empleado le preguntó si estaba enfermo, pero el hombre no fue capaz de responder. Rápidamente lo sostuvo y lo llevó a su habitación para que se sentara. Emery murió tan solo unas horas más tarde, incapaz de hablar y aquejado por un malestar, tan inexplicable como repentino.
Se cree que al desenterrar a Osiris, Emery volvió a activar la temible maldición de los faraones que comenzó con el hallazgo de Carter.
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