Cuento enviado por Sergio Melendez (fan del blog)
Era una noche de mucha lluvia, relámpagos y truenos estridentes cuando el pequeño Daniel y su madre, bajaban de un taxi con un par de maletas y un cansancio en todo su cuerpo, debido a un largo viaje, al frente de la enorme casa donde vivieron sus abuelos.
Amanda había viajado desde tan lejos con su hijo, para ir al hogar donde sus padres murieron de forma atroz y desconocida. Todo meses después del entierro de los mismos. En donde recuperar unos documentos que le pertenecían por herencia y el salvar algunos artículos, era el cometido de tan enervado viaje.
Cuando se dispusieron a entrar, Daniel observa con un gran detenimiento, aquel inmenso jardín alrededor de la casa, que sus abuelos por años, trataron de mantener en perfectas condiciones. Pero que ahora, no es más que un sin fin de plantas llevadas por la muerte.
Han pasado años, exclama Amanda mientras abre la puerta principal y ambos pasan a un enorme salón, que se encontraba a oscuras, con los muebles circundados en sábanas blancas, un montón de cajas, cosas anticuadas y deterioradas. ¿¡Wau mamá, de verdad viviste aquí cuando niña!? Le pregunta Daniel con asombro.
Ella se ríe, Si, así es mi a amor, claro que todo cambió, después de que me fui con mi tía a los 10. Amanda había sido abandonada por sus propios padres, después de que ellos no aguantaran los ataques de miedo que presentaba y las cosas que, según ella veía y la atormentaban en esa casa.
Y después de eso, perdí total comunicación con ellos hasta enterarme por boca de alguien más, que habían fallecido, concluye Amanda algo deprimida.
Ella y Daniel revisan las habitaciones, todas repletas de polvo, e igual que en el gran salón, con el mobiliario ensabanado. Aquí podemos pasar la noche hijo, le anuncia Amanda viendo de forma poco convencida una de las habitaciones, la que era el dormitorio de sus padres.
Madre e hijo se empezaron a poner cómodos, desembalaron las maletas, se colocaron ropa para dormir y como cuerpos hechos de roca, cayeron sobre las sabanas de la cama en donde por mucho tiempo, también estuvieron sus difuntos padres.
Al día siguiente, Amanda ya estaba lista para ordenar un poco el lugar y buscar los documentos que contenían varios papeles importantes. Mientras ella estaba abajo organizando, en el dormitorio, había quedado Daniel dibujando. En eso, él escucha que de otra habitación, proviene el sonido rechinador de una puerta abriéndose y cerrándose varias veces.
Daniel intrigado, se dispone a ir al sitio, y al llegar, se encuentra una enorme habitación vacía, con solo un armario de madera, cuyas puertas están un poco abiertas y quietas. ¿Mamá eres tú? Pregunta creyendo que está ahí, pero nadie le contesta. Segundos después se acerca aún más, y cuando está a punto de terminar de abrirlas, sale sorpresivamente arrastrándose del armario un ser de descomunal deformidad, tratando de perseguirlo y gritando con una voz perturbadora, ¡ANA, FABIO! Los nombres de sus abuelos.
Daniel huye de la habitación gritando a todo pulmón, y se encierra rápidamente en la otra en donde estaba antes.
Amanda escucha el afanoso grito de su hijo que acude desde arriba. Sin pensarlo, suelta los documentos y carpetas que logro encontrar, y como si tuviera alas en los pies, subió las escaleras hasta llegar a la habitación. ¡Daniel! ¿Estás ahí? Abre la puerta, le grita preocupada, pero Daniel muy atemorizado no reacciona. Entonces Amanda busca un candelabro, rompe tanto la manija como algo de la puerta, y por fin logra entrar.
Ella le trato de preguntar que le había pasado, pero Daniel no hablo, había quedado totalmente en shock.
Después de lo ocurrido, Daniel se sentía muy aterrorizado y Amanda con nociones de lo que le pudo haber pasado a su hijo, aunque él no dijera nada. Comenzó a temer que lo que cuando niña la atormentaba, podía seguir allí, en esa casa.
Cayó la noche y Amanda ya había podido encontrar los documentos y varios artefactos más. Sentada en la cama, reviso las carpetas y los papeles, y entre ellos, se encontraba una carta.
Era una carta de su madre, la cual le había dejado mucho antes de que ella muriera. Pero antes de que pudiera leerla, del pasillo, se escucharon intensos quejidos, como los que hacia la criatura que intento atacar a Daniel.
Ella se levantó, y grito, ¡¿Quién anda ahí?! Se fue acercando hacia la puerta, y al asomarse rápidamente hacia el pasillo, no había absolutamente nadie, pero los quejidos volvieron una vez más, solo que esta vez se oían muy lejanos. Todo esta bien cariño, vuelvo en un momento, le dijo ella a Daniel el cual se habia despertado por todo el ruido que estaba pasando, hasta que se volvio a dormir.
Amanda fue dejando la habitación poco a poco, tratando de seguir los quejidos. Sin darse cuenta de que estaba dejando solo a Daniel, durmiendo en la cama de la habitación.
Al asomarse por una de las ventanas del piso de arriba, vio que en el jardín, alguien caminaba por entre los arbustos. Extrañada y algo temerosa se hallaba, pero decidió bajar rápidamente hasta el lugar y alcanzar a lo que fuera que estuviese dentro de la propiedad. Sólo que cuando llego, sorpresivamente no vio nada, era como si su imaginación le estuviera jugando una broma.
Amanda, en medio de los matorrales y rosas secas, espero a que sucediera otra cosa, pero al ver que nada pasaba decidió entonces leer la carta.
«Hija, a lo mejor para cuando ya estés leyendo esto estemos muertos, pero debo decirte que lo que te hicimos cuando eras niña, fue algo sin consideración, pero que debimos hacer por obligación. Debíamos salvarte de lo que sea que haya estado viviendo por años en esta casa y que estaba maldito, que de alguna manera solo dejo que tú te fueras en paz, reteniéndonos únicamente a nosotros. Lo único que me queda por decirte es que te cuides, y cuides a los tuyos. Te ama tu madre´´.
Mientras Amanda se encontraba abajo en el jardín, analizando lo que decía la carta. En la habitación de los padres de ella, Daniel dormía profundamente. Todo parecía normal, sin ningún tipo de anomalía. Hasta que del armario de esa morada, una putrefacta mano comenzó a sacar sus largos y amorfos dedos hasta a abrir la puerta.
Era el mismo ser que había tratado de atacar a Daniel. Se había posicionado sobre la punta de la cama, y se quedó viéndolo fijamente. Daniel, al sentir que algo se movía, comenzó a abrir los ojos poco a poco, y al abrirlos por completo, tenía sobre él, a ese descomunal y macabro espectro.
Amanda con una lagrima que le recorría la mejilla, después de leer la carta, escucho el grito despavorido de su hijo nuevamente. E inmediatamente después de ello, una voz grave y maquiavélica en el entorno que le decía: ¡Témeme!
La atormentada madre regreso a la casa vorazmente. Subió las escaleras tan rápido como pudo, que cayó sobre su mano, fracturo su muñeca y golpeo fuertemente su rodilla, pero con todo y el inmenso dolor, logro llegar a la habitación. Más cuando por la puerta paso, Daniel, su amado hijito de 10 años, estaba despedazado, totalmente desmenbrado entre las sabanas de sangre de la cama de sus padres. Con una palabra sangrante en la pared, que decía lo mismo que la voz en el jardín: ¡Témeme!
Amanda quedó sin respiración, no podía ni gritar al principio. Flaqueo derribándose bruscamente en el suelo, y cuando su voz pudo salir, grito y lloro imparablemente desconsolada.
que a terador
ohh 😮 esta padre *-*
Genial esta la leyenda…
Es buena pero da algo de tristeza lo q le paso al nino pero lo demas me gusto mucho sige asi