Daniel tenía tan solo 8 años y el número de castigos pendientes en la escuela ya sobrepasaba su edad en meses, nadie quería al niño en su grupo, ya había sido expulsado de 3 escuelas, en un año, su madre no encontraba la solución al problema.
En gran medida ella era la culpable ya que para que el niño no llorara ni hiciera destrozos en la casa le compraba juguetes que rompía a las pocas horas, lo llevaba al cine, a Mcdonalds, al parque de diversiones en fin, su sueldo se iba en complacer al chico.
Para Daniela su hijo era lo único que tenía, su esposo la abandono para irse con una mujer más joven, debido a un mioma diagnosticado después de la cesaría de Daniel tuvieron que extraerle el útero, lo que significaba que no podría tener más hijos.
A pesar de que sabía en el fondo que sus errores le costarían caro, ella daría todo para que el único hombre de su vida no la dejara nunca.
Los viernes a la tarde era el día en donde Daniela descansaba ya que dejaba el niño al cuidado de su abuela, quien lo llevaba al parque a alimentar a las palomas y jugar en los toboganes, Daniel soportaba estos momentos aburridos solo porque su abuela paterna lo colmaba de regalos y dinero cuando quería.
—Danielito no corras tan lejos de mí, vamos a comprar un helado, sabes que mejor quédate aquí, ya te lo traigo—La señora Úrsula disfrutaba consentir a su nieto, su hijo la había echo a un lado cuando conoció a su nueva mujer.
Daniel se caracterizaba por no hacerle caso a su abuela, ni a nadie, de pronto un sonido poco usual llamo su atención.
—Vengan, vengan última parada, nos regresamos al reino de los juguetes— dijo con mucho entusiasmo un osito panda de peluche.
—No puedo creerlo, son de verdad, son robots, donde queda ese reino— pregunto Danielito entusiasmado.
—Muchas preguntas jovencito, pero porque no te animas a dar una vuelta en el tren de los juguetes, ven con nosotros, te espera solo diversión y juegos en el reino de los juguetes donde la alegría nunca se acaba— El osito de peluche parecía muy emocionado con la llegada de Daniel.
Daniel sin pensarlo dos veces subió al tren. Una vez ahí se encontró con un osito de peluche con un enorme corazón en el pecho.
— ¿De dónde provienes jovencito?— Pregunto el oso con el corazón en su pecho
—De mi casa, oso preguntón— Danielito odiaba ser interrogado
El reino de los juguetes era todo un sueño, colores, música, diversión, parques, castillos todo lo que un niño añoraría para su vida, jugar sin descanso alguno.
Daniel se divirtió jugando con los peluches, compitiendo en las pistas de carreras con los autos, pudo observar el desfile aéreo de los aviones, probó todos los juegos del parque, pero noto algo curioso, por más que pasaran las horas la noche no caía, pero el cansancio y el hambre se comenzaban a manifestarse.
—Osito panda, ¿cuándo volveré a mi casa? — Le dolía su pancita
—Volver, si apenas vamos llegando, disfruta y juega un poco más—
—Pero tengo hambre, mucha hambre— dijo sollozo Daniel
—Eso será un gran problema niño, aquí no hay comida para humanos, y de ningún tipo, somos juguetes no necesitamos de eso, y el tren partirá en una semana, aguántate no seas llorón— Dijo el osito dejándolo solo.
Daniel por primera vez deseo estar al lado de su madre, soportar a su abuela, pedirle disculpas a sus amigos y maestros, haría lo que fuera para regresar, pero sabía que una semana era mucho tiempo, y no resistiría, él quiso regresar, volver ene l tiempo, pero por más que lo deseo nunca lo logro.
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