Había una vez, un pequeño que tenía una gran cantidad de juguetes, él los guardaba todos en su habitación y mientras pasaba el día, su diversión se trabaja de jugar horas y más horas con ellos. Dentro de sus juguetes favoritos se encontraba el de crear una guerra con sus pequeños muñecos soldaditos de plomo.
El pequeño, los colocaba unos frente a otros y le daba inicio a la batalla. Cuando le regalaron los juguetes, él pudo darse cuenta que a uno de ellos le faltaba media pierna y se dijo que podía haber sido por un defecto en su fabricación.
Sin embargo, mientras realizaba cada batalla, el soldado mutilado siempre permanecía en primera línea, defendiendo a los soldados de la parte trasera y el que se hacía ver como el soldado más valiente y aguerrido. No obstante, el pequeño que jugaba lo que no sabía era que cada uno de sus juguetes cobraba vida durante las noches y empezaban a hablar entre ellos y en ocasiones, al colocar de forma ordenada a todos los soldados metía al soldado mutilado entre los demás juguetes si darse cuenta.
Fue por estas equivocaciones, que el soldadito de plomo, tuvo la oportunidad de conocer a una bella bailarina, la cual también era de plomo y empezaron a establecer una bonita amistad. Poco a poco, sin darse cuenta, el soldadito empezó a sentir algo más que amistad por la bailarina, de modo que con cada noche compartían tanto que ya no encontraba cómo hacer para declararle todo lo que sentía por ella.
Cuando el pequeño, dejaba el soldadito mutilado con los soldados éste extrañaba sus conversaciones con la bailarina y cuando se quedaba cerca de ella, el miedo se apoderaba de él cuando quería hablarle sobre lo que sentía. Todo ocurría con rapidez, hasta que una noche el diablo estalló y le dijo: Tú, soldado de plomo, ¡deja de ver a mi bailarina!, fue entonces cuando el soldadito se sintió avergonzado y la bailarina llegó para consolarlo.
No le hagas caso a lo que te dice ese mal hombre, lo único que tiene es envidia. A mi me gusta mucho, hablar contigo. Los dos se gustaban pero ninguno se atrevía a dar el siguiente paso, declararse su amor.
Un día una fuerte borrasca llevó al soldado mutilado a la inundación y fue tragado por un pez, que por buena suerte tuvo indigestión y al poder salir despedido por su boca, fue encontrado por la hermana del niño, quien decidió colocar al soldadito en su repisa de chimenea, justamente al lado de su bailarina, quien pensaba que no volvería a ver a su soldado.
¡Pobrecito, cuántas aventuras has pasado desde que no te veía!, dijo la bailarina y fue entonces cuando él le explicó todo lo que le había sucedido, finalizando su historia con el milagro que ha sido encontrarla de nuevo para ser felices juntos, pues el amor era algo que no podía ocultar más. Ella lo aceptó y vivieron felices por siempre, uno al lado del otro.
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