Héctor era un niño muy caprichoso que cada Navidad, esperaba con ansias abrir los regalos debajo del árbol. El año pasado, sin embargo, montó una rabieta al ver que Papá Noel solamente le había dejado tres regalos, ¡únicamente tres! Muy molesto, el niño decidió escribirle la carta más dura de todas, para reclamarle su poca generosidad. Y fue tan efectiva que la siguiente Navidad, el hombre regordete del Polo Norte se presentó en su casa para hablar con él.
—¿Se puede saber por qué estás tan enojado de que te traiga unos cuantos regalos? —le preguntó— Yo creí que no te importaría, pues tienes muchos amigos.
—Los amigos no me importan —dijo Héctor obstinadamente—, ¡yo lo que quiero son muchos juguetes, dulces, juegos electrónicos!
—Ya veo —dijo Papá Noel, pensativo—, pues bueno, si eso es lo que quieres para ser feliz. Solo te advierto una cosa, por cada regalo que yo te traiga, tendrás que renunciar a uno de tus amigos. Así, yo podré ofrecerle esa amistad a un niño que no haya recibido demasiados juguetes. ¿Aceptas el trato?
—¡Claro que acepto! —dijo Héctor con felicidad.
A la mañana siguiente llegó Navidad y él bajo a toda prisa para ver el arbolito. Al mirarlo se quedó anonadado, ¡había tantos obsequios que llegaban desde el suelo hasta el techo de la casa! Lleno de felicidad, el niño se apresuró a abrirlos todos. Recibió montones de juguetes, aparatos, una bicicleta, unos patines, dulces y pastelillos… Héctor no recordaba la última vez que había sido tan feliz en las fiestas.
Salió de su casa para mostrarles a sus amigos todo lo que había recibido, pero se llevó una desagradable sorpresa. Ninguno de ellos le hacía caso, era como si de pronto no se acordaran de él. A nadie le interesaba ver sus cosas nuevas, por más que Héctor los invitaba a entrar a jugar en su casa.
—Bueno —se dijo decepcionado—, al fin y al cabo, lo único que importa es que Papá Noel por fin me trajo todo lo que yo quería.
Aquel año fue el más difícil para Héctor. Tenía muchísimos juguetes pero nadie con quien compartirlos. Se aburría un montón en casa, en tanto los demás niños salían a jugar juntos, reían, tenían aventuras. Pronto, Héctor se cansó de todos sus regalos y la Navidad siguiente, le escribió una triste carta a Papá Noel.
—¿Por qué estás tan decaído? Creí que querías tener muchos regalos.
—Así era, pero ya ningún niño quiere jugar conmigo. Los juguetes me aburren.
—Eso es porque ningún objeto material es más importante que la amistad. De eso se trata la Navidad, Héctor, de valorar las cosas que tenemos, en vez de enojarnos por no recibir más —le dijo Papá Noel.
—Perdóname Papá Noel, por ser tan egoísta —se disculpó Héctor—, a partir de ahora no quiero más regalos. Solo quiero recuperar a mis amigos.
Papá Noel aceptó revertir el contrato y esa Navidad, Héctor se reconcilió con todos sus amiguitos, siendo el niño más feliz.
¡Sé el primero en comentar!