El elfo Fahlala era una criatura muy inquieta, que vivía en el Polo Norte con Santa Claus y todos sus compañeros. Dado que era muy travieso, todo el día estaban pensando en tareas que lo mantuvieran ocupado. Aquel día, la señora Claus le propuso ir con ella a la cocina para hornear unas ricas galletas de jengibre. Muy emocionado, el elfo Fahlala la acompañó y comenzó a preparar un sabroso glaseado para decorarlas.
Era tan hábil al decorar cada postre, que la señora Claus lo felicitó por su dedicación.
—¡Muy bien, elfo Fahlala! Estás haciendo un estupendo trabajo —le dijo—, creo que puedo dejarte solo un momento, mientras voy a alimentar a los renos con bastones de dulce.
Confiado, el elfo Fahlala le dijo que no se preocupara y tan pronto como la vio salir, pensó que podría darle una sorpresa haciendo un lote completo de galletas decoradas. Pero para eso, iba a necesitar el ingrediente mágico especial de la señora Claus: el polvo mágico de nieve de Santa. Este se encontraba dentro de un carrito de cristal, sobre el estante de los pasteles. Sin pensarlo dos veces, tomó el recipiente y vació todo su contenido en el bol del azúcar para las galletas.
El elfo Fahlala alzó sus manos y comenzó a formar una gigantesca pelota de glaseado, tan blanca que parecía una bola de nieve.
—¡Qué hermosa es! Las galletas van a quedar deliciosas —se dijo.
En ese momento, la bola comenzó a crecer por sí misma sin control, haciéndose cada vez más y más grande. Muy asustado, el elfo Fahlala intentó detenerla, al ver como el dulce se salía por la puerta, por las ventanas y se desbordaba del techo. Pero mientras más trataba, más gigantesca era la pelota.
—¡Por todos los cielos! —exclamó la señora Claus al regresar— ¿Pero qué ha pasado aquí?
El elfo Fahlala, llorando, le confesó que había utilizado todo su polvo mágico de nieve porque quería hacer muchas galletas.
—Ay querido mío, ¿y ahora cómo vamos a hacer para frenar todo este desastre?
No bien hubo dicho esto, la bola mágica de glaseado explotó, salpicando todas las casas del Polo Norte. Desde el tejado hasta los jardines, todas quedaron cubiertas por aquel delicioso dulce. Sin embargo, los elfos siempre habían sido muy golosos y lejos de molestarse, gritaron de felicidad al ver que se darían un gran festín. Con toda aquella azúcar encima, la villa de Navidad de Santa Claus parecía una aldea de casas de jengibre.
—Vamos elfo Fahlala, ¡tenemos muchas galletas que terminar! —le dijo la señora Claus con gran alegría.
Eso sí, a partir de ese momento, le hizo prometer solemnemente que nunca más usaría ninguno de sus ingredientes sin preguntarle antes.
Esa Navidad el elfo Fahlala aprendió una importante lección: debía ser más precavido con las cosas que hacía, aunque tuviera las mejores intenciones. Como él, tú tampoco lo olvides esta Navidad, hay que pensarlo muy bien antes de hacer alguna travesura o podemos meternos en muchos problemas.
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