Recién nos habíamos mudado a aquella vivienda dentro de los suburbios, en uno de los vecindarios más tranquilos de la ciudad. Era una zona residencial con vigilancia y hermosas áreas verdes, vecinos amables, las casas estaban circundadas con vallas de piedra. En definitiva, parecía el sitio perfecto para alguien que como yo, era viudo y ahora papá soltero de un pequeñito con tres años.
Aquel nuevo comienzo me ayudaría a olvidarme de los trámites y el drama que había vivido el año anterior. Y como si la naturaleza misma confirmara mi sentir, aquella noche vivimos la que fue la última tormenta de la temporada, una escena sobrecogedora que limpiaría por completo las calles de suciedad.
En todo caso no hubo contratiempos. A pesar de que se fue la luz por un rato, a mi hijo le encantó mirar por la ventana. Nunca antes había visto una tormenta y para él, era emocionante observar aquellos relámpagos que de tanto en tanto, iluminaban las estancias aun vacías de nuestro nuevo hogar, conjurando todo tipo de sombras en la oscuridad a partir de las cajas de la mudanza. Y mi niño saltaba y gritaba que los truenos sonaban igual que tambores.
Me costó un par de horas convencerlo de ir a la cama.
Por la mañana mientras desayunábamos, me anunció que había visto los relámpagos justo en su ventana. Me pareció extraño que me dijera lo mismo un par de días después, pues el cielo había estado despejado.
—Tontito, seguro no fue más que un sueño —le aseguré.
—Oh —dijo, un poco decepcionado.
—Descuida, ya llegará otra tormenta.
A pesar del tiempo primaveral, mi hijo me decía frecuentemente que podía observar los truenos en su ventana, aunque no lloviera. Debí haberlo sospechado entonces.
¿Pero cómo iba a saberlo? ¿Cómo?
Se supone que debía proteger a mi hijo de todo peligro. Todavía hay veces en las que rememoro aquel día de principio a fin: yo entrando en la cocina para prepararme un café, haciéndome las tostadas y recogiendo el periódico. La noticia había saltado a mí de inmediato. Las autoridades acababan de arrestar a un pedófilo peligroso, que acechaba la localidad. Su modus operandi era siempre él mismo: escoger a una víctima sin supervisión, generalmente varón, rondar por su domicilio y acercarse a su ventana para tomarle fotografías mientras estaba dormido.
A veces, dominado por sus repugnantes impulsos, lograba incluso ir un poco más allá. Y mientras ataba los cabos, una sensación de nausea y escalofrío se apoderó de mí. Lo que creía imaginaciones de un infante, en realidad ocultaba una verdad mucho más aterradora.
Solo una semana antes de su arresto, el niño se había acercado a mí, aun con su pijama puesto y una enorme sonrisa en el rostro.
—Anoche ya no vi los relámpagos en mi ventana —me dijo.
—¿Ah, no? Qué bueno, ¿verdad? Las cosas vuelven a la normalidad.
—No, ¡es que ahora están en mi armario!
Este cuento de terror ha sido la adaptación de un creepypasta de Internet.
hola, buena tarde , megsuto mucho tu historia y me preguntaba si me perimitirias ponero en uno de mis videos en youtube. espero tu respuesta . gracias