Esta era una piedra lisa y tan negra como el ébano, que vivía en un campo donde todas las demás piedras eran muy diferentes. Había rocas grises, rojas, rosadas, amarillas y hasta lilas, pero ninguna que fuera tan oscura como ella. Eso a veces la había sentir muy triste, pues no se sentía a gusto con las demás.
—Ojalá pudiera encontrar a una piedra que fuera igual a mí —pensaba.
La cosa empeoró cuando las otras comenzaron a molestarla y a burlarse de ella por su color.
—Tú no perteneces a este lugar —le decían—, míranos a todas, que coloridas y hermosas somos. ¡Deberías largarte a otra parte!
Y todas ellas se reían, atormentando a la pobrecilla. Así que un día cuando nadie la estaba viendo, la piedra negra decidió marcharse para encontrar a otras que fueran como ella, ya que ahí no valía la pena quedarse.
—Mejor sola que mal acompañada —se dijo, antes de rodar a la aventura.
Recorrió un largo camino, siempre quedándose a descansar en las orillas de ríos muy vastos o en medio de llanos verdosos. A veces llegaba a sitios en los que habitaban otras piedras, pero se decepcionaba al darse cuenta de que ninguna era como ella. Todas seguían siendo rojizas, cafés, grisáceas…
Una noche en que estaba muy cansada, se detuvo a dormir en un sitio desconocido y no supo nada más.
Cuando despertó, se hallaba dentro de una vitrina y un montón de personas la observaban con una sonrisa. ¿Por qué sonreían al verla? ¿Y por qué estaba dentro de aquella caja de vidrio transparente?
—Nos miran así por qué somos exóticas —le dijo otra piedra que estaba a su lado.
Era una roca de color lila, muy bonita y con una forma muy peculiar.
—Las personas admiran lo que es diferente, dicen que es más bonito —explicó la piedra lila.
—¿Bonita, yo? —preguntó la piedra negra— ¿Cómo voy a ser bonita? Si soy tan oscura, todas las demás piedras no tienen este color.
—Exactamente —le dijo la otra—, de donde yo vengo, ninguna otra piedra es lila, ni tiene la forma que yo tengo. Por eso es que me consideraron extraordinaria. Y ahora tú también lo eres.
Y por primera vez en su vida, la roca negra se sintió realmente feliz e importante.
Los días pasaban y en el museo en donde la estaban exhibiendo, cada vez entraba más gente. Ella y la piedra lila se hicieron buenas amigas. Un día, ella le propuso escaparse para ir a buscar aventuras juntas, pues estaba aburrida de tanta tranquilidad.
La piedra negra aceptó y juntas rompieron el cristal de la vitrina. Se marcharon muy lejos y llegaron hasta un valle en el que vivían rocas de todos los colores. Lilas, rosas, rojas, amarillas, cafés, grises… y sí, ¡también había piedras negras!
Finalmente, ambas se sintieron como en casa y fueron muy felices. Lo más bello de todo, es que habían aprendido a amar sus diferencias, porque ser distintas, era algo muy especial.
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