Hércules era el hombre más fuerte sobre la tierra, capaz de arrancar árboles desde la tierra con sus propias manos o cargar a enormes bestias sobre su espalda. Andaba en la tierra realizando las tareas encargadas por su padre, Zeus, pues solo de esta manera podría recuperar su condición de dios y volver al Olimpo.
Avanzaba él por un camino cuando de pronto, en medio del sendero, vio una piedra pequeña que le estorbaba.
Primero trató de aplastarla con el pie, pensando que eso sería lo más efectivo, pero para su sorpresa la roca no se destruyó sino que creció al doble de su tamaño.
Intrigado, Hércules trató de destruirla con las manos y entonces la piedra se volvió el triple de grande que antes. Tomó su mazo e intentó aplastarla, pero siguió creciendo y creciendo, hasta que se convirtió en un objeto que sobrepasaba su altura y su peso.
Fácilmente podría haberlo rodeado y seguir con su camino, pero el hecho de no poder deshacerse de ella le intrigaba y también comenzaba a molestarle mucho. Así que en lugar de seguir adelante, persistió.
La roca nunca se movió de su lugar y cada vez se hacía más grande.
—¿Cómo es posible que yo, el hombre más fuerte del mundo, no pueda mover esta piedra ni un poquito? —se preguntó atormentado— ¿Será que estoy perdiendo mi fuerza?
En eso bajó Atenea, la diosa de la sabiduría y le habló pacientemente.
—Hermano, no has perdido tu fuerza pero no estás siendo razonable —le dijo—, ¿qué caso tiene querer destruir esta piedra, si de todos modos puedes esquivarla?
—Es que me molesta que estorbe mi camino —respondió él.
—La roca que ves es el espíritu de la discordia y las disputas entre los hombres —le explicó Atenea—, siempre parece interponerse en su camino, pero el obstáculo en realidad solo está en sus mentes. Sentimientos como estos se pueden ignorar y pasar de largo, pero si les das toda tu atención, si persistes en pelear contra ellos y contra otras personas, solo se hacen más grandes, causando todo tipo de guerras y tragedias.
Hércules la escuchó y se dio cuenta de que tenía razón.
—Pero entonces, ¿nunca voy a poder quitar esta piedra del camino? ¿Debo darme por vencido?
—Eso no es lo importante —dijo Atenea—, lo verdaderamente importante es que te mantengas enfocado en tu camino. Ya sea que quites la piedra o no, eso no te dejará nada al final. A veces hay que saber pasar de largo y dejar que los malos sentimientos mueran por sí solos.
Esto le devolvió las esperanzas a Hércules, quien después de agradecerle a la diosa, rodeó la roca y continuó con su camino.
Desde entonces, nunca más usó su fuerza a no ser que fuera necesario, pues comprendió que no era ese poder lo que lo volvería un mejor hombre, sino aprender a no caer en discusiones sin sentido, ni dejarse llevar por la intolerancia de otros.
Nunca más volvió a tener un obstáculo tan difícil.
¡Sé el primero en comentar!