En un roble muy anciano habitaba un búho que también había vivido mucho tiempo. Como todos los de su especie, únicamente salía a cazar en la noche, dormía todo el día y pocas horas durante la madrugada, cuando el sol todavía estaba oculto.
Ahora que estaba viejo su descanso se había extendido un poco más, pues ya su vista no era la misma de antes y sus alas no podían volar tan rápido.
Un día, un saltamontes llego a vivir en el mismo árbol que él. Lo que más le gustaba a este bicho, era ponerse a tocar con sus patas a altas horas de la noche y la madrugada, como si de un violín se tratase. Esto al pobre búho le incomodaba muchísimo, pues tanto ruido interrumpía su sueño y ahora cada vez que salía a cazar, se sentía mucho más cansado que antes.
Amablemente decidió enfrentar al saltamontes, para pedirle que tuviera un poco de consideración.
—Por favor —le suplicó—, déjame dormir. Tu música no me deja descansar y tengo que levantarme a cazar de noche.
Pero el saltamontes no solo ignoraba sus súplicas, sino que cada vez que le llamaba la atención tocaba más fuerte. Parecía encontrar gran diversión en atosigar al pobre búho, quien ya no pudo encontrar paz durante ningún momento del día.
Viendo que el insecto no iba a entender razones, tuvo que pensar en otra alternativa para darle una lección.
—Como no puedo dormir gracias a sus canciones, que lo digo con sinceridad, son dulces como la lira de los dioses —le dijo el ave—, quisiera que me acompañara con un traguito de un néctar delicioso, que me trajeron desde muy lejos. Si está de acuerdo, suba a mi casa para que podamos beber juntos.
El saltamontes, relamiéndose al pensar en la delicioso bebida que podría disfrutar, no dudó en saltar desde las raíces del roble hasta el agujero en el tronco, donde el búho tenía su hogar.
Apenas hubo cruzado la entrada demandó aquel licor, pues se estaba muriendo de sed. Pero el búho tenía otros planes.
—¡Qué conveniente, hacerme caso tan solo cuando te conviene! Pues ahora verás, por no dejarme dormir, esto es lo que te has buscado —y sin más, el búho se zampó al saltamontes como parte de su cena.
Lo último que este tuvo tiempo de hacer antes de abrirse paso hasta el estómago del plumífero, fue lamentarse por haber sido tan grosero. Pensar que si tan solo hubiese sido más amable con él al escuchar sus súplicas, no tendría que ver su vida terminar de manera tan cruel. Sin embargo, era demasiado tarde para el arrepentimiento.
Nunca más se volvió a escuchar el rechinido de aquel bicho desconsiderado en aquella parte del bosque.
Ahora tú también lo sabes, nunca dejes de ser amable con las personas que te rodean y no eches sus necesidades en balde. Nunca sabes cuando vas a necesitar tu ayuda, o si querrán devolverte ese mal que no merecían de tu parte.
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