En una granja muy modesta vivía un gallo junto con otros animales, que todos los días se levantaba con la puesta de sol para despertar a su amo. Su tarea pues, era una de las más importantes en el lugar. Su dueño siempre lo recompensaba con suculentos granos de cereal para mantenerlo fornido y lleno de energía, además de asegurarse de que pudiera preñar a las gallinas.
Pero un día, las cosas empezaron a irle mal al granjero. Ya no tenía tanto dinero como para comprar comida para todos sus animales, así que los granos del gallo bajaron de calidad.
A veces no le podía dar ni eso, así que lo alimentaba con las parcas sobras que no comían en casa y el animal despreciaba eso.
—Como extraño esos días en los que podía comer los mejores cereales hasta reventar —dijo el plumífero—, se come tan mal el día de hoy. Y todo porque el amo ya no es próspero.
Al gallo comenzó a costarle levantarse por las mañanas y también preñar a las gallinas. Las cosas empeoraron cuando en una ocasión, escuchó decir al granjero que si no mejoraba en estas labores tendría que deshacerse de él, puesto que ya no podía alimentarlo.
—¡Tengo que impedirlo! —dijo el gallo.
Pronto comenzó a explorar en los alrededores de la granja para ver si encontraba algún grano de cereal, algo que le llenara mejor el estómago y le permitiera volver a ser el de antes.
De repente, algo refulgiendo en la distancia llamó su atención. Al acercarse, se dio cuenta de que era un precioso diamante.
—¡Qué bello es! —se dijo el gallo con codicia— Lo esconderé en mi gallinero para poder mirarlo todos los días y consolarme del hambre.
Y así, se lo llevó y lo ocultó entre el heno.
Los días pasaron y el gallo cada vez estaba más débil, sin poder encontrar cereales para comer. Pero se consolaba pensando en la preciosa piedra que tenía escondida. Pronto, también comenzó a cantar tarde por desvelarse mirando aquel diamante tan precioso.
Así que lo que pasó fue inevitable.
Una mañana, el amo lo agarró del pescuezo y lo llevó al granero, donde ya tenía el hacha esperando.
—Me sabe mal hacer esto —dijo con tristeza—, pero el gallo seguramente se puso muy viejo y yo no puedo alimentarlo bien. Servirá mejor asado y preparado en caldo.
Con gran temor, el gallo se dio cuenta de que tenía razón. No servía de nada tener ciertas cosas si no eran útiles. Así como a él de nada le había servido encontrar aquel diamante.
—¡Qué tonto he sido! —se lamentó— Si le hubiera llevado el diamante a mi dueño, él habría hecho mucho mejor uso de él. Lo habría vendido y habría comprado comida suficiente para todos. Mi codicia es la causa de mi perdición.
Al igual que él, tú también debes recordar que las cosas útiles son preferibles a las cosas bonitas. Puedes tener estas últimas, pero no te dejes cegar por su belleza.
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