Cuento corto basado en una fábula de Esopo.
En el bosque había muchos animales, pero ninguno era tan rapaz y malicioso como el milano, ese pajarillo que había crecido para convertirse en un ave que causaba muchos problemas y a todos arrebataba lo que era suyo. Le gustaba mucho robar comida de otros animales de las casas en el pueblo más próximo.
Pero lo que realmente le encantaba, era apresar entre sus garras a presas más pequeñas, como ratoncitos, lombrices e insectos varios, a los que sin ninguna piedad mataba aunque no se los fuera a comer, por pura diversión.
Cuando estas presas le suplicaban que les perdonase la vida, el milano solamente se echaba a reír, batiendo las alas y negando con la cabeza.
—Soy el ave más hábil que existe en el bosque, tengo derecho a tomar todo lo que quiera —decía él muy ufano.
Un día, el milano comenzó a raptar a estos animalillos solamente por diversión. A veces no los mataba, sino que los dejaba muy lejos de sus casas, para que se tardaran días en regresar. Pero no tardaría en tener su merecido.
Un día, el milano estaba volando por ahí, a ver que nuevas maldades podría hacer. Distinguió una culebra en el suelo, frágil y vistosa por sus colores. Como no era venenosa
El milano se dijo a sí mismo:
—A esta incauta yo la voy a dejar en a la deriva, a ver si la quedan ganas de seguirse arrastrando como si nada.
Y con esto en mente, la tomó como si no pesara más que una lombriz y comenzó a volar.
—¿Estás disfrutando de la vista, culebrilla? —le preguntó, malicioso— Ya verás que buen paseo vamos a dar.
Pero la culebra, que no era nada tonta, lo miró con desdén y le clavó los dientes en una pata, haciéndolo chillar de dolor. El milano la soltó de inmediato y cayó sobre la tierra dura, muy afligido. No se le había ocurrido que la culebra lo pudiera morder.
—¿Ya ves lo que ganas por hacer daño a quien nada te ha hecho? —siseó ella— Los otros animalillos no podían defenderse, pero aquí me tienes a mí, que no voy a dejar que sigas haciendo tus fechorías.
—Por favor, no me hagas daño —le rogó el milano—, lamento mucho las cosas que he hecho antes, no quise lastimar a nadie.
—No, tú te divertías extraviando a matando a esos animales que no te han hecho daño. Ni siquiera te los comías para garantizar tu supervivencia, de modo que no tienes excusa —dijo la culebra—, pero yo no soy como tú. Nunca lastimaría a nadie por puro placer. Volveré a mi casa y tú te quedarás aquí, a merced de otros animales, a ver si eso te gusta. Puede que alguno sea bueno contigo y te ayude a regresar. Reza porque así sea.
Y diciendo esto, la culebra se marchó. El milano aprendió entonces que estaba mal lastimar a los otros por diversión y que tarde o temprano, esas cosas se pagaban.
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