Vivía en la sabana una hermosa leona que soñaba con ser madre algún día. Su vecina, la zorra, había tenido ya una camada con varios cachorritos, a los cuales le encantaba malcriar. Como eran tantos, siempre se decía que no tenía tiempo para estar al pendiente de todos y vigilar lo que hacían.
Aun así le gustaba presumir ante la leona de sus hijitos, sabiendo que ella todavía no había podido tener ninguno.
—Desearía que sintieras lo que es poder tener varios cachorros tan lindos como los míos —decía como falsa amiga—. Ser madre es lo más maravilloso que le puede pasar a cualquier hembra.
Y al oírla, la leona seguía soñando con emoción en el momento de experimentar la maternidad.
Así, llegó el día en que se quedó embarazada, para envidia de la zorra.
—Espero que tu cachorro no nazca enfermo —le dijo a la leona falsamente preocupada—. Sería una lástima que después de tanto esperar, tengas un bebé defectuoso.
La leona hacía oídos sordos y seguía esperando a su bebé con amor. Tras un período de tiempo, dio a luz a un precioso leoncito, muy saludable y alegre, que prometía convertirse en un magnífico felino. Esto encendió los celos de la zorra, quien sabía que sus hijitos nunca serían tan majestuosos.
Los pequeños zorros eran lindos, pero se estaban convirtiendo en unos animales rapaces y desagradecidos.
Siempre que podían hurtaban la comida de los otros y causaban problemas con sus múltiples travesuras. En los alrededores, los demás comenzaban a evitarlos y a cuidarse de ellos por temor a que fuesen una mala influencia. No dejaban que otros cachorros jugaran con ellos, pues nadie quería que sus hijos fueran tan malos desde pequeños o que salieran lastimados.
Y toda la culpa era de la zorra, por no educarlos bien.
Finalmente, buscando una forma de herir el orgullo de la leona, esta miró con desdén a su cachorro y le dijo:
—Qué pena que solo puedas parir a un pequeñuelo. En cambio yo, he tenido a varios en una sola camada.
—Sí —replicó la leona—, solo he parido a un león. ¡Pero es todo un señor león! Y algún día va a convertirse en rey.
El tiempo pasó dándole la razón a la leona. Aquel león pequeñito y juguetón se transformó en una criatura soberbia, con una abundante melena de fuego y un rugido muy poderoso.
Y cuando los zorros crecieron también, convirtiéndose en seres maliciosos y que causaban todo tipo de inconvenientes entre los vecinos, fueron castigados por el león, para vergüenza de su madre. Solo entonces, la zorra tuvo que admitir que se había equivocado al esforzarse por arruinar la vida de la leona, en lugar de preocuparse por hacer de sus pequeños animales de bien.
Lo que esta historia corta nos ha enseñado es que siempre debemos esforzarnos por hacer las cosas lo mejor posible, en vez de preocuparnos por la velocidad o la cantidad. Estas características no son más valiosas que la virtud de las cosas.
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