En una casa muy grande y lujosa, vivía un señor muy rico y poderoso, al que servían varios esclavos de todas las edades. Este hombre era muy prepotente con todos, pero más con una esclava de mal talante y bastante poco agraciada, que siempre buscaba hacer las cosas a su conveniencia.
La esclava, furiosa con su señor por tratarla de esa manera, a menudo rumiaba la manera de robarle para desquitarse.
El hombre además era un mujeriego sin remedio, pues gustaba de perseguir a las muchachas más jóvenes. A menudo también se metía con Afrodita, la diosa del amor y de la belleza, creyendo que ni ella podría resistirse a sus encantos. Y esto enfadaba mucho a la deidad, que pensaba que él no era más que un viejo ridículo y tonto.
Así que decidió darle una buena lección.
Usando su magia, Afrodita se fijó en la esclava fea y la volvió atractiva para su amo. Este, súbitamente enloquecido de amor, comenzó a tratarla mejor y a darle privilegios sobre los otros esclavos. Mandó que la trasladaran a las más lujosas habitaciones de la casa y que los otros esclavos la sirvieran en todo. Le dio vestidos nuevos y joyas para que se adornara.
Y la esclava, muy envanecida por todas estas nuevas atenciones, se sintió no menos que la señora de la casa, colocándose sus nuevas joyas y adornos complacida.
El resto de los esclavos no comprendían lo que había visto su amo en ella. Su piel ya estaba arrugada, la barbilla la tenía larga y afilada, al igual que su nariz. Su cabello estaba encanecido y los ojos, llenos de codicia, eran oscuros y fríos.
La esclava no tardó en adoptar las mismas actitudes que el amo y a ser déspota con sus compañeros. Le encantaba restregarles en la cara las nuevas riquezas de las que ahora disfrutaba, sintiéndose más que ellos.
Viendo su ahora próspera situación, la esclava decidió hacerle un sacrificio a la gran Afrodita, en agradecimiento por hacerla bella para su amo.
Esa misma noche, la diosa se le apareció en un sueño, furiosa.
—¿No ha sido de tu agrado el sacrificio que coloqué para ti? —le preguntó la esclava, sorprendida.
—No es eso lo que me molesta, si no el hombre que se ha enamorado de ti —respondió Afrodita—, ¿crees que te volví hermosa ante sus ojos para hacerte un favor? No confundas mis acciones, ni me agradezcas el haberte hecho bella. Si lo hice, es porque estoy muy enojada con tu amo.
Comprendió la esclava que realmente no había nada bueno en ella y se sintió muy humillada. Se quitó todas sus joyas y decidió no aceptar nada más del amo.
Y lo que nos ha enseñado este cuento corto, es que no siempre debemos fiarnos de quienes hacen cosas amables por nosotros; en especial si antes solían hacernos mal. A veces tu tesoro es la desgracia de alguien más. Siempre hay que ser amables con todos y agradecer a quienes nos quieren sinceramente.
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