Don Eliseo era tenido por todos en el barrio como un viejo cascarrabias. A nadie le gustaba acercarse a su casa, pues él odiaba que pisaran su césped. Los niños le tenían miedo por su voz ronca y profunda, y las madres lo rehuían por su apariencia tosca y sus prendas anticuadas. Nunca hablaba con nadie y cicía recluido en su casa.
La familia Gómez en cambio, conformada por un matrimonio feliz y sus tres hijos, era encantadora con todos los vecinos. Incluso con don Eliseo, a quien consideraban un hombre muy solitario.
A diferencia de los demás, siempre lo saludaban y eran cordiales con él. Incluso le habían ofrecido recortar las hierbas de su jardín o llevarle algún postre. Pero don Eliseo no hacía más que mirarlos con desconfianza y responder de manera breve.
—No vale la pena que se desgasten con él —les había dicho una vecina—, es un grosero. Desde que se le murió la esposa no se relaciona con nadie.
Saber eso solo hizo que los Gómez sintieran más pena por el pobre señor.
Un día, uno de sus familiares enfermó y tuvieron que salir de la ciudad para visitarlo. Pensaban que solo estarían ausentes por un par de días, pero esos días se convirtieron en semanas cuando su familiar empeoró.
Al final, ya restablecida su salud, toda la familia pudo volver a su casa con mucho apuro. Habían estado ausentes por tanto tiempo, que pensaban que todo sería un desastre. Las hierbas del jardín habrían crecido y la casa estaría sucia y descuidada. Y sus pobres mascotas seguramente habrían escapado.
Cual fue su sorpresa al llegar que nada de esto había sucedido.
Al contrario, el jardín seguía con el césped recortado y estaba estupendamente cuidado, sus flores habían sido regadas con mucho cariño. La casa estaba aseada y con todas las cosas recogidas, y las habitaciones en orden. Y su perro y su gato se encontraban contentos y muy bien alimentados.
Sus vecinos se habían encargado de todas aquellas labores mientras estaban lejos.
—No sé como agradecerles todo lo que han hecho por nosotros —dijo el señor Gómez—, nos han quitado un gran peso de encima.
—Dénle las gracias a don Eliseo —dijo uno de sus vecinos—, fue él quien nos organizó para ocuparnos de todo al ver que se tardaban en volver. La verdad que nos sorprendió mucho su cambio de actitud.
La familia Gómez sin embargo, supo que siempre había tenido la razón al creer que aquel hombre esquivo y hosco era noble por dentro. Le dieron las gracias y por primera vez, don Eliseo estuvo dispuesto a hablar de forma diferente.
—No, gracias a ustedes —les dijo—, desde que mi esposa murió la vida había perdido sentido para mí y pensaba mal de todo el mundo. Pero ustedes siempre fueron amables conmigo. Eso me hizo darme cuenta de qu tal vez, aun valía la pena vivir por las buenas personas como ustedes.
Don Eliseo se volvió más amistoso y todos los vecinos vivieron en armonía.
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