En el Hospital Nacional de Itauguá, Paraguay, se cuentan muchas historias de fantasmas y aparecidos. Pero ninguna es tan triste y escalofriante como esta, en la que una hermosa chica se transforma en un espectro del Más Allá.
Sucedió una tarde pacífica, hace muchos, demasiados años. El personal entero se encontraba desbordado de trabajo, cuando de pronto, ingresó en la clínica una muchacha que acababa de padecer un horrible accidente. Al intentar atravesar por una calle transitada, un colectivo la había atropellado, ocasionándole una severa fractura en el cráneo.
Inmediatamente la trasladaron a emergencias, a pesar de que la obre no tenía papeles que revelaran su identidad.
¿Quién era esa jovencita tan hermosa que luchaba desesperadamente por aferrarse a la vida? Los médicos se quedaron impresionados con su belleza, que no disminuía ni siquiera en agonía. Tenía tan solo 18 años. Nadie sabia quién era, o de dónde venía.
En recepción, las encargadas intentaron averiguar si no había ninguna chica extraviada que coincidiera con las características de la paciente. Toda búsqueda fue en vano.
Y mientras tanto, el estado de la pobre muchacha empeoraba cada vez más.
Como nadie sabía su nombre, las enfermeras la bautizaron María Soledad, a causa de sus ojos tristes y de que no parecía tener a nadie en el mundo.
En efecto, ningún familiar o amigo se presentó en el hospital para preguntar por ella. Los empleados se imaginaban que pertenecía a una buena familia, ya que tenía las manos muy cuidadas y vestía con ropas finas.
Era una lástima que no hubiera nadie que viera por ella.
Finalmente, María Soledad murió cansada de luchar contra las secuelas del accidente. Fue llevada a la morgue, donde permaneció otras tres semanas sin que hubiera nadie que reclamara su cuerpo. Las autoridades publicaron su fotografía en los periódicos, con la esperanza de alguien finalmente la reconociera. Todo fue en vano.
A veces llegaban hombres o mujeres preguntando por sus hijas, hermanas o sobrinas. Pero al ver a la muerta, soltaban un suspiro de alivio y aseguraban que no la conocían.
Al final, las personas del hospital optaron por darle una sepultura digna por su cuenta, pues se habían encariñado con ella durante el tiempo que estuvo convaleciente.
Se dice que la enterraron muy cerca del hospital, pero su alma jamás abandonó la Tierra. Se quedó ahí junto a ellos, tal vez porque era el último lugar en el que se había sentido realmente a salvo.
Doctores, enfermeras y conserjes la han visto deambulando por los pasillos, cuando se hace de noche. En ocasiones entra a las habitaciones de los pacientes, como para velar por ellos, y estos parecen sentirse mejor luego de su visita. A quienes cuida con más esmero es a los niños, por quienes parece tener un cariño muy especial.
Como sea, nadie le teme. No a estas alturas. De todas las apariciones del Hospital Nacional, María Soledad es la más querida.
Este relato está basado en la leyenda «El fantasma de María Soledad», muy popular en tierras paraguayas.
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