Esta leyenda es una de las más populares sobre reencarnación, una posibilidad que sigue despertando asombro en quienes creen que la muerte, es solo una ilusión.
Cuentan que hace muchos años, una madre vivió una experiencia tan magnífica como aterradora y todo giró en torno a sus dos amadas hijas. Las niñas eran un par de gemelas que desde el primer momento se habían convertido en su adoración. Siempre las peinaba y las vestía de tal modo que se vieran iguales, y nadie más que ella podía encontrar la diferencia entre ambas.
Todos los días, al ir a la escuela, las tomaba de la mano para cruzar la avenida en la que se encontraba el colegio, pues era una calle muy transitada y peligrosa. Así mismo las había enseñado a mirar siempre a ambos lados antes de caminar por una calle, para que no sufrieran accidentes.
Una mañana, la mujer recibió una llamada muy urgente de su trabajo, de manera que no podría acompañar a las mellizas a la escuela.
—No te preocupes mamá, ya sabemos llegar solitas —le dijo una de ellas con confianza.
Sin más remedio, la madre les recomendó que no se soltaran de la mano y les recordó que tuvieran mucho cuidado al cruzar la calle, pues pasaban muchos autos. Las despidió como siempre y se fue rápidamente a la empresa en la que trabajaba.
Un par de horas después de haber comenzado con sus labores, la mujer recibió una llamada en la que se le comunicaba una noticia devastadora: sus hijitas habían sido atropelladas por un camión al cruzar la calle.
Enloquecida de dolor, tuvo que dejar que alguien reconociera los cuerpos en la morgue y se ocupara de preparar los funerales, mientras ella caía en una honda depresión de la que le llevó años recuperarse. Al final, logró quedar embarazada de nuevo y de nuevo dio a luz a gemelas.
Estas niñas eran muy parecidas a las que había tenido antes. Con el pelo ensortijado y una mirada alegre y similar a la suya. Hasta parecían tener la misma sonrisa.
La mamá se prometió a si misma que jamás dejaría que nada malo les sucediera. Colmó a las pequeñas con todas las atenciones del mundo y se encargó de sobreprotegerlas. Hasta el más mínimo accidente, como una rodilla raspada o un rasguño, la hacía entrar en pánico.
Una mañana las subió en el auto para llevarlas a la escuela, la misma a la que sus hijas anteriores asistían.
Cuando las pequeñas se bajaron del vehículo, se quedaron mirando el punto por el que pasaba el autobús escolar. Austada, la madre las tomó fuertemente de la mano.
—¡No vayan hacia allá! ¡Nunca vayan hacia allá! —exclamó— Solo pueden cruzar la calle si estoy yo para llevarlas, ¿entendieron?
Las niñas la miraron con una extraña expresión en el rostro.
—No te preocupes, mamá. No íbamos a cruzar.
—Ya lo intentamos una vez y ese autobús nos mató. No volverá a pasar.
La madre se quedó helada al escuchar aquello.
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